La del shomer es una figura fundamental dentro de los ritos funerarios judíos. Su misión, velar durante una noche el cuerpo del difunto para preservarlo de cualquier mal. Esta función suele recaer en algún familiar del desaparecido, pero en ocasiones, cuando estos no pueden por alguna circunstancia, recurren a un profesional que realiza dicha función a cambio de dinero. Y este, es el sugerente punto de partida de “The Vigil” (2019), la ópera prima de Keith Thomas que clausuró la 52 edición del festival de Sitges.
“Su primera mitad es absolutamente brillante, la manera en la que presenta a los distintos personajes, como prepara el escenario y como pone sobre la mesa la particular encrucijada de Yakov”
Si la película que nos propone Keith Thomas contrapone dos formas muy distintas de entender la vida como eje principal de la historia, la espiritual y la mundana (siendo el judaísmo ortodoxo el escenario elegido para experimentar sobre el terreno), también lo hace con dos formas de entender el género de terror, la atmosférica, centrada en la sutileza de los detalles y el cine de corte más comercial que aboga por los habituales jump scares que tanto dinero han dejado en las salas comerciales a costa de la cartera del público más eventual.
“The Vigil” es una película de contrastes, de buenas intenciones y no tan buenas ejecuciones. Esto es, una película con dos partes bien diferenciadas que desnudan de manera muy gráfica lo mejor y lo peor de la propuesta y es que el debut de Thomas no puede tener un inicio más prometedor. Su primera mitad es absolutamente brillante, la manera en la que presenta a los distintos personajes, como prepara el escenario y como pone sobre la mesa la particular encrucijada de Yakov (Dave Davis) como punto de partida del relato, atrapado en un limbo existencial causado por un trauma de su pasado que puso su fe en entredicho, fe que ahora va a necesitar para lidiar con lo que se le viene. Todo ello, en el teatro de los sueños, un escenario idílico y una situación que por sí sola, ya pone los pelos de punta y deja flotando en el ambiente grandes terrores modernos de la talla de “La Autopsia de Jane Doe” (André Ovredal, 2016) o la obra cumbre de Ti West, “La Casa del Diablo” (2009).
“la película empieza a hacer una serie de concesiones al reverso más ligero del género, dejando de lado las atmósferas y la sutileza”
Este tramo está marcado por la pausa, por la mesura a la hora de narrar la acción, toda una serie de certeros preliminares que consiguen poner al espectador en situación para hacerlo partícipe de lo incómodo de la situación al tiempo que saca réditos del folclore judío. La oscura fotografía, la manera en la que la cámara sabe colocarse en el sitio justo para que veamos aquello que no queremos ver y no veamos aquello que sí, convierten a “The Vigil” hasta este momento, en una experiencia perturbadora de primera, al nivel de lo mejor que nos está dejando el género estos últimos años cuando se ha alejado de los tóxicos clichés del cine de corte más comercial.
Pero llegados a cierto punto, sucede lo inesperado y “The Vigil” parece querer explorar otras vías o más bien, llegar a otro público y es cuando la cinta debe ponerle nombre y apellido al horror, cuando empieza a alejarse de la elegancia y la clase predominante hasta el momento. El particular homenaje de Thomas a “Posesión Infernal” (Sam Raimi, 1981) significa el punto de inflexión a partir del cual la película empieza a hacer una serie de concesiones fuera de toda lógica al reverso más ligero del género, dejando de lado las atmósferas y la sutileza en favor de una suerte de apariciones fantasmales de tercera, copia y pega de los habituales “sustos” palomiteros y por supuesto, sus respectivas subidas de volumen, propios del mainstream, sintiéndose cada una de ellas como una afiliada aguja con la que ir pinchando el globo hasta que este termina reventando.
“una película muy irregular pero que destila elegancia, tanta, que hasta consigue que sus pecados capitales no terminen por empañar del todo sus virtudes como entretenimiento”
La consecuencia de esto es la sensación de estar asistiendo al enésimo refrito impersonal del universo Wan mientras se deja escapar por el retrete a una de las historias de terror con más potencial de los últimos años, cerrado con un tramo final que apuesta por el frenesí y las carreras cual pollos sin cabeza malinterpretando lo que debiera ser el clímax de una historia a la que lo último que le convenía era pasar de la segunda marcha. El remate ya no viene solo dado por la abrupta resolución (algunos aun se quejarán de la suerte corrida por el rey de la noche), también por cierto tufillo propagandístico pro-religión que al menos y como mal menor, no termina por pasar de la puntita.
“The Vigil” lo tenía todo para contarse entre los grandes terrores de la temporada. La premisa, la ambientación, los personajes y una habilidad palpable por parte de su director a la hora de trabajar los espacios y de reconocer los mecanismos del miedo o de aquello que puede generar inquietud en el espectador. Una serie de adecuadas herramientas a su disposición que funcionan mientras el filme transita la senda de un terror libre de adictivos y pensado para satisfacer las necesidades del aficionado habitual al género y que dejan de resultar útiles cuando las pretensiones de mercado de la propuesta intentan ganarse para la causa a otro tipo de sensibilidades, fatídico momento en el que la credibilidad de “The Vigil” se precipita hacia su particular infierno de vulgaridad o para ser más apropiados, su propio Gehena. Con todo y pese al chasco gordo, le da para terminar siendo lo que es, una película muy irregular pero que destila elegancia, tanta, que hasta consigue que sus pecados capitales no terminen por empañar del todo sus virtudes como entretenimiento.
Lo mejor: Su primera mitad. Atmosférica, elegante, perturbadora.
Lo pero: Su segunda mitad. Tópica, vulgar, precipitada.