KRUEGER NOS HABLA SOBRE LA INOLVIDABLE CUARTA ENTREGA DE UNA DE LAS MEJORES SAGAS QUE HAYA DADO NUNCA EL FANTÁSTICO
Freddy Krueger me obligó durante años a dormir con mis padres. Fue el causante de aquel tremendo pánico y terror irracional (bueno, para un niño no tanto) frente al momento de irse a la cama. Muchas cosas me daban miedo, quizás demasiadas, y luego estaba él: ese cabrón de ropas raídas, cuchillas en los dedos y sombrero, que te atacaba en el momento más vulnerable del día y encima dentro de la seguridad del hogar. Uno podría pensar que por ello se la tengo jurada, pero en realidad gracias al asesino de Springwood amo el cine de terror por encima de todas las cosas. Freddy me enseñó lo que es el miedo y por eso le querré toda mi maldita vida.
“en esta entrega todo explotó. Krueger era el protagonista, por encima de todo y todos, y la obra era una celebración tremendamente imaginativa de su existencia”
Es la de “Pesadilla en Elm Street” una saga larga, muy larga, con aciertos totales, parciales, descalabros y despropósitos, pero si soy sincero, siempre he sido capaz de encontrar puntos de interés en cada una de las propuestas: ya sea el terror puro y duro de la primera entrega, el arriesgado giro de guion de la secuela, la atmósfera ciertamente lynchiana de la sexta entrega o el adorable giro meta del regreso de Craven a la franquicia. Pero voy a centrarme en la que para mí es, sin lugar a dudas, la entrega más divertida y despendolada de la saga: “Pesadilla en Elm Street 4: El Amo del Sueño” (Renny Harlin, 1988).
En “Pesadilla en Elm Street 3: Los Guerreros del Sueño” (Chuck Russell, 1987) nuestro particular monstruo ya empezaba a salir de las sombras y dejar ver que tenía tanto de asesino como de vacilón, pero en esta entrega todo explotó. Krueger era el protagonista, por encima de todo y todos, y la obra era una celebración tremendamente imaginativa de su existencia (después de la muerte). El número de escenas disparatadas (por fantásticas) de la cinta es apabullante. Para empezar: ¿Cuántos monstruos conocéis que revivan (otra vez) de entre el sueño de los justos por la meada satánica de un cánido? Pues amigos, la fiesta no ha hecho nada más que empezar….
“una banda sonora maravillosa y claro reflejo de los ochenta: ahí el doble aprovechamiento de Tuesday Knight como actriz/cantante, con su papel heredado de Patricia Arquette”
Escenas de karate, Freddy tomando el sol, bucles temporales, camas de agua asesinas, etc. El asesinato imaginativo había pasado directamente a ser la set piece sobre la que giraba el argumento (incluso más que en entregas anteriores) y siempre eran la excusa para mostrar unos maravillosos efectos especiales tradicionales cortesía de Screaming Mad George y mi adorado John Carl Buechler (poca broma amigos) y la ocasión perfecta para que el bueno de Krueger soltará un chascarrillo para rematar el asesinato. Cada muerte de cada adolescente intercambiable es un momento único y quedaron grabados en la retina de aquel joven infante.
La cuarta entrega del asesino de niños consiguió proporcionarme no uno, sino dos traumas para toda la vida: mi pánico frente a las cucarachas y mi repugnancia por las albóndigas en cualquier forma y color. ¿Los motivos? Dos escenas en las que los efectos especiales son tan repugnantes (esa transformación kafkiana, esas caritas de carne…) que resulta prácticamente imposible que un niño no se joda la infancia.
“Sería de necios negar la importancia capital de la primera entrega, pero este señor del Sueño siempre tendrá un lugar en mi corazón y en mis pesadillas”
Tampoco puedo pasar por alto una banda sonora maravillosa y claro reflejo de los ochenta: ahí el doble aprovechamiento de Tuesday Knight como actriz/cantante, con su papel heredado de Patricia Arquette y ese “Nigthmare” que acompaña musicalmente los títulos de crédito. Y eso es solo una muestra: en los fotogramas podemos oír temas de Billy Idol, Blondie, Sinead O´Connor o Dramarama. Una banda sonora de las que ya no se estilan, como aquella otra maravilla musicada de “Noche de Miedo” (Fright Night, Tom Holland, 1985).
También hay que reconocer que, en sus comienzos, Renny Harlin era un director bastante más imaginativo y prometedor que sus basuras de hoy en día. Hay movimientos de cámara alocados, concepción videoclipera de la época, que siempre otorga ritmo, y momentos que hacen gala de bastante gracia en relación a la puesta en escena, aspecto destacable, teniendo en cuenta que la película no se corta a la hora de ofrecer una numerosa cantidad de escenarios (playas, aulas, cafeterías rollo 50, etc). Mi valoración de la cinta no es objetiva, al haberme marcado con tanta fuerza en la niñez, además de ser una obra que puedo ver cada semana sin cansarme y disfrutar como si fuera la primera vez. Sería de necios negar la importancia capital de la primera entrega, pero este señor del Sueño siempre tendrá un lugar en mi corazón y en mis pesadillas.