Crónica de una muerte anunciada, en casa. Acto I: No es por ti, es por mi, y te prometo que no me había ocurrido nunca.
Hay cosas en la vida, que causan rechazo. Todos tenemos nuestras fobias y filias personales e intransferibles. Yo como habitante de este planeta tierra, no soy ninguna excepción, de hecho, como inmigrante de una galaxia muy lejana, reconozco que de allí de donde vengo, me he traído unas cuantas (algunos me tacharían incluso de diógenes). Bien, el asunto, tema, cosa, es que como no podía ser de otra forma, en el amor, el sexo y en esto del cine también, soy bastante maniático y hay determinadas señas de identidad, pautas o géneros en este caso concreto y refiriéndonos estrictamente al celuloide, que consiguen deserotizarme con suma facilidad, uno de ellos, el denominado “home invasion”. Ya sabéis, esa ramificación del terror en la cual un grupo de desconocidos se cuelan en casa ajena con intenciones poco nobles con para los habitantes de la misma.
Me aburro, me aburren. Y no hace falta que cite títulos porque hay muchos y todos ellos cortados por el mismo patrón, todos ellos soporíferos y todos ellos reiterativos en los mismos contenidos. Salvo diminutos matices, vista una, vistas todas. Así que como comprenderéis, la idea de agarrar fuerte por la cintura al debut cinematográfico del tal Todd Levin, no era lo que se dice precisamente, uno de mis sueños húmedos de adolescencia. Y cuando la sangre no llega al río, mal. El hojaldre no sube.Y no lo era porque yo, aunque razonablemente limitado intelectualmente, si diré que tengo los huevos pelados en esto de devorar... celuloide y aunque sea de rebote, alguna noción del medio, tengo. De olfato bien también, aunque me suelen decir que como con los ojos, así que no me fueron necesarias muchas luces para discernir que lo que se escondía detrás de la máscara no era Leslie Vernon, ni mucho menos una morenaza pálida como la leche de soja, de generosas formas y afilado glamour, sino un “home invasion” como la copa de un pino. Definitivamente, el hojaldre no sube. HORROR.
Crónica de una muerte anunciada, en casa. Acto II: La chica de mis sueños no solo es eso, también es una jodida pitonisa pese a lo que siempre había pensado al respecto.
“Static”. Ese es el título de lo que tenemos cociendo en el horno. Y si, mi... olfato, no falló en esta ocasión, “home invasion”. Antes de eso, que quede claro que aquí hay drama, que la familia que da vida a esta fábula, no es de cuento de hadas. Todo lo contrario. Hablamos de dos personas azotadas por una terrible pérdida, por el vacío de una ausencia y por el peso de la culpa, una de las cargas más difíciles de sobrellevar, en vuestro planeta y en el mío. Él, escritor, de relativo éxito me atrevería a vaticinar, aunque como veremos a continuación, la de los dotes adivinatorios es mi preciosa compañera, novia, mujer. Ella, desubicada, atormentada y encerrada en la soledad de la a veces, traicionera tranquilidad. Una casa en medio de verdes prados en la cual él (Milo Ventimiglia), eyacula sus últimas gotas de creatividad para cerrar con satisfacción la fecundación de su nueva novela. Mientras, ella (Sarah Shahi), se ahoga por dentro con las gotas de sus amargas lágrimas.
Y abrimos la tapa dura. Pasamos las primeras páginas de la historia. En ella se nos presentan los personajes, sin prisas, quizás de forma prohibitiva para aquellos que empuñan la bandera de la impaciencia. A mi juicio, a la velocidad correcta. Hay cosas que requieren su tiempo para hacerlas bien. Tanto él como ella lo hacen bien, se nota que su medio es el cine, no el teatro. Y les creemos, ¿de eso se trata no?. Luego llega la otra, mal número el tres, más cuando los cimientos sobre los que se sostienen los dos primeros, se tambalean desgastados por la erosión del tiempo y las penurias. La otra (Sarah Paxton), indefensa, inocente, de rostro angelical y azulada mirada, irrumpe en la casa de ellos. Uno, dos, tres, CAOS.
Y aquí es cuando no salgo de mi asombro, es a partir de este punto cuando la belleza que descansa a mi lado sobre la comodidad púrpura, comienza a disparar sus profecías. Cual Nostradamus, pero en sexy. Se anticipa a todas y cada una de las situaciones que se dan desde ese punto en adelante y eso, sabiendo de buena tinta que de pitonisa tiene poco, solo puede significar una cosa, que el asunto es previsible, claro, esto es un “home invasion” y efectivamente, ya lo hemos visto antes. Lo raro, lo extraño, es que por una vez, a mi me resulta perturbadoramente interesante, hay algo en el fondo de este pozo que me obliga a mantener la mirada fija en su negro abismo sin ídem. Son precisamente aquellos diminutos matices de los que os hablaba, los que me ponen la mosca detrás de la oreja y me pican la curiosidad. Me rasco y lo hago a conciencia. Punto este, en el que le digo a mi destino, ligero de ropa, que todo va a depender de como termine la historia, que si lo hace como siempre y tan solo pretendiendo ser un “home invasion” más, esto, pese a su buena compañía, habrá sido una pérdida de tiempo, otra más, pero, que si de todo esto, sale algo diferente o al menos, se intenta que salga, porque a veces con la intención, es suficiente, “Static”, puede, y solo puede, no caer en el saco del olvido.
Crónica de una muerte anunciada, en casa. Acto III: Tu a Boston y yo a California o cuando se juntan el hambre y las ganas de comer.
Llega el desenlace de la trama. ¿Hemos pasado miedo?¿Hemos experimentado tensión? Evidentemente no, eso esta reservado de forma exclusiva para las grandes ocasiones y “Static” no se cuenta entre ellas. Pero oye, tampoco nos hemos aburrido y eso, hablando de un “home invasion”, no es algo que deba tomarse a la ligera. Yo he permanecido enganchado a la pantalla de principio a fin, ni la más dulce de las lenguas ha conseguido desviarme del camino. Mérito para “Static”. ¿Colma dicho desenlace las expectativas creadas? Pues no. Las expectativas rara vez se colman. Yo, y cualquiera de vosotros estimados lectores, con un poquito de imaginación y valiéndonos de las múltiples herramientas que el filme ha puesto a nuestra disposición a lo largo de 80 minutos, podríamos haber parido (ellas), engendrado (nosotros), un final mucho más incisivo e imaginativo, de eso que no le quede duda a nadie, pero, no obstante, “Static” hace un esfuerzo por sorprender y en ese escenario, doy buena fe de que, para bien o para mal, lo consigue.
Por supuesto, a la hora de viajar, a la hora de elegir un destino, cada uno busca aquel que más se adapta a sus necesidades. Vaya por delante que “Static” es un “home invasion”, si, pero atípico, que se sale ligeramente de las rígidas pautas de un género que habitualmente tira de visceralidad y que rara vez arriesga, por lo que los que esperen más de lo mismo, seguramente se quemarán los dedos con la bandeja del horno. Serán los bienaventurados que busquen expandir su paladar y no tengan miedo a lidiar con nuevas y exóticas especias, aunque no todas ellas sean agradables en boca, los que sabrán valorar el intento por parte de “Static” de ofrecer algo minimamente “fresco” pese al hecho evidente, de que la obra podría haberse cerrado de forma mucho más satisfactoria, llevando incluso a consenso, a todos aquellos que no se ponen de acuerdo a la hora de viajar.
Si tu vecino de abajo sube a quejarse una noche de domingo porque claramente es un amargado y, queriéndote con tu pareja en el sofá del salón, se te ha ido un poco más de la cuenta la voz, no solo no te avergüences, enorgullécete de la buena salud de tu vida sexual y cuéntaselo a tu jefe el lunes por la mañana por menos apropiado que pueda resultar: Pese a que previsible, ciertos elementos de la historia consiguen que te enganches a ella como una lapa y su desenlace, que aunque insatisfactorio, consigue darle sentido a lo que hemos estado viendo y dota de paso al filme ,de cierta personalidad con respecto a cientos de propuestas similares.
O por el contrario, no vuelvas a fornicar en dicho emplazamiento sin meterte un calcetín en la boca a modo de mordaza, porque amarse con locura y pasión en tu propia casa, esta mal: Si no conectas con el desenlace, la cosa puede degenerar en una auténtica tomadura de pelo y el hecho de que la historia carezca de ese punto de genialidad que la habría elevado a cotas mucho mayores.