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Crítica: El Hombre de Acero

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Por desgracia para el nuevo Superman de Zack Snyder, las cosas no son como empiezan, sino como terminan. Y lo digo por que el prólogo de este “El Hombre de Acero”, es una de las fiestas de pijamas más divertidas que se hayan proyectado este año en una pantalla grande. Sobre la cama, no hay niñas pre adolescentes, sino un siempre solvente Rusell Crowe cogiendo el testigo del mítico Marlon Brando en las carnes de Jor-El, progenitor del super héroe del pijama por excelencia. Junto a él, otro grande de esto de la interpretación, Michael Shannon (“Take Shelter”), aquí, como el general Zod. Ambos, cogidos de las manos, mimosos, mientras rebotan una y otra vez sobre el colchón y se dejan llevar por apocalípticas fábulas más allá de las estrellas. Éste, el colchón, no es ni de plumas ni de agua, no, es de billetes, en concreto de dólares, de muchos dólares. Y es que Snyder, ha contado ni más ni menos que con un presupuesto de 225 millones de pequeños Georges Washingtons para dar rienda suelta a esta enésima reencarnación de calzones rojos en la pantalla.

Con semejante obsceno presupuesto, a “El Hombre de Acero” se le debía exigir como mínimo, un apartado visual de órdago y ahí, cumple. De hecho, en estos primeros 25 minutos de metraje, impresiona, divierte incluso, pero también engaña. Impresiona por que la puesta en escena es grande, muy grande y el diseño artístico del nuevo Krypton, es para sacarse el sombrero no una, sino mil veces. Tanto la arquitectura de la ciudad como la indumentaria de los Kryptonianos, recuerda a horrores a la estética vista en aquella estupenda “Las Crónicas de Riddick”. Añádele un poco de “Avatar” y otro tanto de “Matrix”, y a uno solo le queda agarrarse fuerte a la butaca para no salir despedido de ésta atraído por la fuerza gravitatoria de Krypton. Y hay más, si, por que divierte, porque lo último que uno espera encontrar en una película de Superman, es que le cuenten algo nuevo y David S. Goyer & Christoper Nolan, lo hacen, se atreven. Y eso mola.

Mola por que en este prólogo, se nos cuenta algo realmente interesante, algo que puede llegar a enganchar incluso a aquellos que como yo, nunca han sentido especial admiración por el señor S (y que conste que he disfrutado mucho con cualquiera de las tres primeras entregas de la saga). La historia de la destrucción de Krypton es apasionante y en poco menos de media hora deja muy claro que la humanidad no necesitaba una nueva versión de Superman, lo que necesitaba era una precuela, por que nunca una de estas, fue tan necesaria. Nunca los orígenes de un personaje, le quedaron tan grandes al ídem en cuestión. Y esto, extraña sobremanera estando el guión y la historia, en manos tan expertas como las de Goyer y Nolan, dos de las plumas más solventes que a día de hoy, se pueden encontrar, tanto en Hollywood, como en Krypton.

La mentira. El engaño. Eso si que duele. Y eso, no se le puede perdonar a un Snyder que después de aquella gloriosa y revolucionaria “Amanecer de los Muertos” y salvando a la hipnótica y diferente visión del heroico mundo de las viñetas que fue “Watchmen”, parece que ha involucionado su prometedora carrera cinematográfica hacia algo demasiado esclavo de la imagen, descuidando las historias en demasía en pro de centrarse en la estética. “300”, “Sucker Punch” y ahora ESTO. Si las dos primeras, pese a todo, se digerían medianamente bien, lo que cocina Snyder en esta nueva andadura, no pasa ni con agua. Y mira que “Watchmen”, en toda su grandeza, ya tenía momentos en los que a uno, le era complicado cargar con el peso de sus párpados, con la densidad de una obra que pese a eso, se prestaba a ello. Y pienso precisamente, que esto, junto a otras cosas, es una de las principales rémoras a la hora de valorar su nueva película. Y es que señores, señoritas, no nos engañemos, el personaje no da para tanto. Puedes indagar, profundizar, filosofar incluso, cuando tienes entre manos a gente como Rorschach, el comediante o Dr. Manhattan, no con Superman.

No puedes intentar darle profundidad y densidad a una historia que en realidad, no es otra cosa que un episodio largo, muy largo, extremadamente largo, de Smallville. De donde no hay no se puede sacar. Y en el intento de semejante utopía, es donde Snyder convierte esta nueva entrega de Superman en una auténtica tortura china para el espectador, sirviéndonos una historia harto conocida por todos y haciéndolo además, a muchas menos revoluciones de lo que estamos acostumbrados a ver. ¿Resultado? Zzzzzzzzzzzzzzzzz...

Los extremos no son buenos. O eso me decían al menos mis padres en mi adolescencia. Como casi siempre, tenían razón. “El Hombre de Acero” es como una enorme montaña rusa y hace bueno aquello de “ni tanto, ni tan poco”. Si tediosos son los pasajes metafísicos de la historia (los cuales son toda una prueba de fuego a la comodidad de las butacas de nuestra sala de cine habitual), las secuencias de acción son un desfase tal (algunos dirían despiporre) de caos y destrucción, que a uno termina por darle igual ocho que ochenta. Una sobre saturación de FX que si bien al principio hace gracia (no se puede negar que la película es vistosa), a la cincuentava vez que el bueno de Superman, atraviesa algún tipo de construcción con su cuerpo de actor principal de culebrón venezolano, a uno el único aliciente que le queda es suplicarle a todos las jodidas deidades de Crypton, que le revienten ya de una puñetera vez y podamos así, irnos a casa a dormir, porque después de semejante terapia de shock a base de Valium y Speed, os puedo asegurar que a uno no le quedan ganas para ninguna otra cosa.

La curiosidad: El guiño a uno de los personajes más míticos del universo Superman en la destrucción de un camión de LexCorp en medio de una de las muchas batallas de la película.

El parecido: Kevin Costner con una tortuga.

Lo mejor: El apasionante Prólogo, los FX y dos nombres propios: Michael Shannon, por carismático y Antje Traue, por sexy.

Lo peor: El poco gancho de la trama y lo fallido de la narración en cualquiera de sus dos extremos.
 
 


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