EL RECTOR NOS HABLA SOBRE EL SALTO (SIN RED) AL CINE DE TERROR DEL CÉLEBRE PERSONAJE DE CÓMIC CREADO POR ELZIE CRISLER SEGAR
Ari Aster solo puede ir a peor. Debutar con una película tan descomunal a todos los niveles como fue “Hereditary” (2018) pone el listón demasiado alto, incluso para un tipo como Aster que, a posteriori, se ha consagrado como uno de los cineastas más competentes del panorama actual, un autor que con tan solo tres películas a sus espaldas ha conseguido ganarse no solo la admiración de muchos, también algo aun más importante, el odio de otros tantos. En el lado opuesto el espectro, Rhys Frake-Waterfield marcó otro hito difícil de superar, en este caso, de mínimos, con “Winnie the Pooh: Blood and Honey” (2023), allanando así el camino a todo lo que pueda venir después dentro del autoproclamado poohniverse.
“no forma parte per se del poohniverse, pero sí se ha engendrado a imagen y semejanza en una suerte de exploit para sumarse a la corriente del momento de desfigurar a personajes del folclore infantil”
“Peter Pan´s Neverland Nightmare” (2024) ha sido la primera gran beneficiada de la horrible propuesta de Frake-Waterfield. La de Scott Chambers, sin ser la panacea, en la comparación ha encontrado el cobijo para hacerse con el galardón de sorpresa “positiva”, si bien tengo (y tenemos) claro que el tiempo, como ocurre con todo, la terminará poniendo en su merecido lugar, es decir: el fondo de un cajón oscuro y húmedo en el que nadie querrá volver a mirar jamás. Nunca jamás.
“Popeye the Slayer Man” (2025) no forma parte per se del poohniverse, pero sí se ha engendrado a imagen y semejanza en una suerte de exploit para sumarse a la corriente del momento de desfigurar a personajes del folclore infantil y arrastrarlos hacia el cine de terror. Robert Michael Ryan es el artífice de secuestrar para la causa a Popeye el marino, personaje de cómic creado por Elzie Crisler Segar en 1929 con el que muchos hemos crecido y gracias al cual, nuestros amados progenitores consiguieron que de vez en cuando, nos comiésemos las putas espinacas. Lo hace, secuestrarlo, para llevarlo a un escenario de sobras conocido por el aficionado al género: el slasher y vendría a ser algo así como el eslabón perdido entre “See No Evil” (Gregory Dark, 2006) y “Hatchet” (Adam Green, 2006), a medio camino entre lo “serio” y la serie b festiva.
“la casquería queda muy limitada por el escaso repertorio del marinero a la hora de ventilarse al personal y pese lo vistoso de algunos trabajos, termina pecando de repetitivo”
Si “Peter Pan´s Neverlabd Nightmare”, al igual que las aventuras de Pooh y cia se alejaron por completo del concepto “festivalero”, acercándose incluso por momentos a registros dramáticos, “Popeye the Slayer Man” lo hace a medias. Por un lado, evita completamente los gags (sí aparece algún guiño al subgénero) y los personajes bufonescos (al menos de forma premeditada) e intenta hilar una suerte de drama familiar de brocha gorda que se ve venir a leguas y por el otro, las apariciones de Popeye, pese a no llegar al nivel de excesos vistos en la cinta de Green a manos de Víctor Crowley, se adscriben al splatter sin ningún género de dudas en una estructura básica en tres tiempos que se repite una y otra vez a lo largo del metraje: charla intrascendente, aparición de Popeye, persecución y muerte (o no) en donde lo primero aburre, lo segundo hace gracia las dos primeras veces y lo tercero se podría entender como el gran activo del filme de haberse acercado al nivel de creatividad de una película como “Hatchet”, pero aquí, la casquería queda muy limitada por el escaso repertorio del marinero a la hora de ventilarse al personal y pese lo vistoso de algunos trabajos, termina pecando de repetitivo.
“la careta de goma que luce el amiguete Popeye es más propia de un carnaval de barrio que de un efecto protésico profesional, lo cual hace muy complicado que el espectador pueda tomarse en serio al personaje”
Si cuando hablamos del slasher, lo hacemos por lo general, de un asesino enmascarado, esto en “Popeye the Slayer Man” roza la literalidad más bochornosa, pues la careta de goma que luce el amiguete Popeye es más propia de un carnaval de barrio que de un efecto protésico profesional, lo cual hace muy complicado que el espectador pueda tomarse en serio al personaje tal y como la película propone. A mi juicio, esto supone un importante handicap de tono, pues tengo claro que abrirse de piernas al humor más descerebrado hubiese supuesto el mejor escenario en el que disfrutar una propuesta como esta, tan limitada en lo presupuestario, además de en lo creativo.
Poca sorpresa (para mal) pues para la primera de las que parece serán varias apariciones del personaje en estos próximos años y un auténtico aviso para navegantes a todo aquel que en algún momento de su infancia haya sentido la más mínima estima por el gruñón adicto a las espinacas. Por suerte, siempre nos quedará la estupenda adaptación realizada por Robert Altman en 1980 con un ilustre y aun tierno Robin Williams como Popeye (y eso que su mejor personaje de cuento aun estaba por llegar en la fabulosa “Hook” de Steven Spielberg) y un icono del terror como Shelley Duvall en los huesos de Olivia Oliva. Lo de “Popeye the Slayer man” es, valga la redundancia, otra película bien distinta.
Lo mejor: Invita a revisionar la cinta de Altman.
Lo peor: Apostar por la seriedad le sienta fatal. Los enormes problemas de ritmo. La poca creatividad a la hora de abordar las muertes y la careta de Popeye, la CARETA.