Enésimo found footage de los últimos tiempos, brillantemente dirigido, guionizado y montado por una tal Kerry Bellessa, que utiliza con tino todos los recursos que el estilo narrativo ofrece y le da un giro de tuerca que merece al menos, un poco de crédito y un visionado aún sin ganas.
La cosa es tal que así: Un par de amigos americanos, Nathan (Cris Hill) y Samantha (Summer Bellesa) hacen un viaje por carretera grabando su experiencia el hermano pequeño de Sam, Caleb, para entrar en el cásting de algo así como el Pekín Express americano, cuando observan en un cartel electrónico una alerta ámbar (un aviso a los conductores, culmen del civismo y la urbanidad), avisando del secuestro de un menor y dando la matrícula del coche. Pues casualmente, ese coche es justo el que va delante de ellos y Samantha, que (aunque acaba resultando cargante, insoportable y hasta abofeteable), está muy concienciada con el tema, decide no sólo avisar a la policía de la situación concreta del vehículo, sino ejercer de espía a lo Bond en una persecución que todos menos ella sabemos lo mal que va a acabar.
Siguen al coche, y en una parada en una gasolinera decide, intrépida ella, meter un micro en el coche, con lo que pueden escuchar lo que va sucediendo en el vehículo.
Lo que empieza como un falso documental más, se acaba convirtiendo en una peli resultona, de esas que te atrapan sin darte ni cuenta y de las que te hacen sufrir gracias a una tensión notable.
Es en cierto modo, un homenaje a La ventana indiscreta en plan road movie, y no, no estoy de coña. Comparte con aquella obra maestra el trasfondo cotilla revestido de solidaridad y civismo del género humano, solo que aquí no es Stewart el que empuja a Kelly a meterse en el follón, sino, con permiso y salvando muchísimo las distancias, al revés.
La empatía con los personajes está más que conseguida, fundamentalmente con Hill, la intriga asegurada y el giro final, lejos de ser un pegote apresurado acaba siendo todo un acierto, sorprendente, tenso e inquietante.
Los actores, bueno, por llamarles actores, no están del todo mal, y es que en una cinta de este subgénero hasta se agradece el tono amateur, pero la directora y guionista, tipa lista, sin duda, nos va dosificando toda la información que necesitamos conocer de ellos para conformar la historia. El guión, pilar básico y diamante en bruto de la peli, está realizado con inteligencia, colando diálogos absolutamente creíbles y situaciones de dilema en la que uno acaba dudando de su propia valentía y solidaridad (y es que yo, en una situación así, aviso a la policía, sí, pero me cago vivo y no se me ocurre perseguir al malo ni en un momento de demencia transitoria).
Las decisiones que van tomando nos pueden parecer estúpidas, porque lo son, pero encajan perfectamente en el contexto de la cinta.
Alejada del recurso de posesiones, fantasmas y cintas de brutales asesinatos, Amber alert afronta una situación posible, real, creíble, lo que hace que la tensión se vaya apoderando poco a poco de nosotros y acabemos creyendo la veracidad de lo retratado.
Netflix apuesta por una película de bajísimo presupuesto, que no se echa en falta en ningún momento y evidentemente ensalza las virtudes del sistema de alertas en la carretera, algo común y normal en USA pero que aquí nos puede resultar un poco increíble pese a ser cierto.
En realidad no entiendo la pésima acogida que está teniendo la cinta, recaudando críticas absolutamente negativas y a degüello.
En un found footage sabemos a lo que nos enfrentamos y hay dos posibilidades, que acabe siendo un bodrio y entre en los pantanosos terrenos en los que la mayoría se adentran o, más difícil, que nos sorprenda y esté bien realizada. Y este es el caso de Amber Alert. Utiliza sus recursos, los exprime, los reconduce y reconvierte y acaba siendo una experiencia escalofriante al menos. No se le puede pedir mucho más, la verdad.
Las interpretaciones no son de las que arrasan en los Oscar, la fotografía, el montaje, la edición, el sonido... Pues son los propios del subgénero que despertó pasiones (no la mía, ya se lo aseguro) con El proyecto de la bruja de Blair.
La cinta consigue algunas cosas más. Por un lado vuelve a darme esperanzas en aquello que Blanche (magnífica Vivien Leigh en la peli de Elia Kazan) destacaba en Un tranvía llamado deseo: creer en la bondad de los desconocidos. Y por otro lado, igual es que me he quedado un poco colgado, pero creo que me ha hecho plantearme las cosas de otra forma.
La cinta, evidentemente tiene defectos, muchos, pero resulta francamente refrescante encontrarse una historia diferente, creíble y distinta.
Lo dicho, sobre todo teniendo en cuenta su reducido presupuesto y en vista de lo difícil que es sorprender a estas alturas, notable.
Lo mejor: Su punto de partida. La capacidad de hacernos plantearnos la posibilidad de ser valientes.
Lo peor: El personaje de Samantha es realmente molesto y puede llegar a desesperar. El final se precipita demasiado, tras una primera parte en coche demasiado alargada, y aunque no haya sido santo de mi devoción, es entendible que la directora optase por él.
Si la ven, sepan que guarda un “easter egg” en los créditos finales, reforzando la intencionalidad de dotar a la peli de esa pretendida veracidad y el fundamento de la relación entre los personajes protagonistas.