Madres del mundo, aparcad por un rato los quehaceres propios del título que ostentáis, y acercaros, prestadme un poquito de vuestro valioso tiempo porque hoy, queridas mías, recuperamos uno de esos subgéneros que tan tontonas os pone y tantas satisfacciones os otorga, si sufridoras mías, hoy os traigo una película para todas vosotras, una de esas y ya hacía tiempo, que se cobija bajo la majestuosa etiqueta cinematográfica de PQGANM (“Película que gustaría a nuestra madre”). Hasta aquí nada excesivamente excepcional, vosotras bien sabéis ya que este tipo de productos existen (véanse “Expediente 39”, “La Huérfana” o “El Orfanato”), sabéis también cuales son las características básicas que los definen (y os remito a cualquiera de los títulos anteriores si aun no estáis familiarizados con el término) y sabéis donde podéis encontrarlos de forma habitual, es decir, en Antena 3 la sobremesa de los Domingos.
Bien, hasta aquí, todo normal. Todo correcto. ¿Donde está pues, la gracia de la cinta que nos ocupa? Que por cierto, no es otra, que “House At The End Of The Street” del amiguete Mark Tonderai, pues veréis, la gracia reside en que ésta no solo abarca el PQGANM, sino también el PQGANMYASHAPEANH (“Película que gustaría a nuestra madre y a su hijo adolescente, por ende, a nuestro hermano/a”). Y es que “House At The End Of The Street”, no solo está pensada para vosotras, sufridoras empedernidas, sino también para ese hijo o hija de entre 15 y 20 añitos que os obliga a plantearos a diario la desagradable cuestión de que si aquel polvete de sábado por la noche sin profiláctico, fue la más acertada de las decisiones. ¿Que por qué la película se engloba en esta nueva etiqueta que me acabo de sacar de la punta del nabo? Fácil. La respuesta es muy fácil y no tiene que ver con el “porque”, sino más bien con el “por quien”. ¿Quien? Jennifer Lawrence (“X-Men: Primera Generación”, “Los Juegos del Hambre”), la nueva niña de los ojitos de la industria cinematográfica de Hollywood o lo que es lo mismo, su nueva gallina de los huevos de oro.
Y es que Lawrence, se ha convertido en el rostro de moda y nuevo reclamo para toda una generación de borreg..., quiero decir, de adolescentes, enamorados de la señorita después de que ésta protagonizase el nuevo best seller para adolescentes del pasado año, “Los Juegos del Hambre”. Está claro pues, que vamos a tener que sufrir a esta moza (que por lo que la he visto hasta ahora, está tan dotada para la interpretación como yo, para las fiestas de disfraces u otras reuniones sociales) hasta que nos escueza el culete y pobre de aquellos que tengan la piel del mismo más fina de la cuenta.
Queda claro por lo tanto, que Lawrence es el principal reclamo de una película que pese a su título, poco o nada tiene que ver con aquella fantástica “La Última Casa a la Izquierda” del no menos fantástico, a veces, Wes Craven. Pues bien sabido es, que lo que suele ofrecer el de Cleveland, difícilmente sería del agrado de nuestra progenitora. No amigos, lo que nos propone el señor Tonderai no es otra cosa que un thriller (y nunca mejor dicho) de estar por casa, uno de esos, para más hincapié, que jamás habría trascendido de no estar protagonizado por quien lo está. Uno de esos, que tan solo puede digerirse (y sin ninguna garantía de éxito) en dos marcos muy específicos, mientras nos tomamos el café en la susodicha sobremesa de Domingo, o la noche anterior, con pizza, cervezas, un par de colegas y una tía muy maciza (y que huela muy bien, que sea muy guapa, lista, divertida, dulce, con carácter y que además, la quieras mucho) recostada sobre tu pecho, cuando todas las demás opciones cinéfilas han sido previamente descartadas por diferentes motivos. Cualquier intento de visionar la cinta en otro escenario, está sentenciado al fracaso... por supuesto, a no ser que seas madre o adolescente.
Yo, que no soy ni una cosa ni otra, solo puedo catalogar a “House At The End Of The Street” como lo que es, un thriller mediocre y carente de interés que, rodado con un poquito más de gracia y escrito con un poquito más de sentido común, podría haber dado bastante más de si. Y es que el principal problema de la película no reside ni en las cuestionables capacidades interpretativas de su protagonista, ni en su inexistente expresividad facial, ni siquiera en la manida y simplona linea argumental. No. El principal problema es que tu no puedes construir una historia que basa todo su interés potencial en una determinada carta, y destaparla a la media hora de metraje, más, cuando éste, en adelante, no contiene otra cosa que un cúmulo de tópicos y clichés mil veces vistos en este tipo de (tele)filmes, al servicio del monólogo escrito para el lucimiento personal de su protagonista femenina, quien acapara el 90% de los planos del filme.
Cerveza sin alcohol, gaseosa sin burbujas, pollo a l´ast sin all i oli... mil y un símiles se me ocurren para definir el insípido desarrollo de una propuesta que aburre más allá de la relativa incertidumbre de su primera media hora y que ni siquiera tiene la decencia con el espectador de tirar de efectismos visuales para intentar disimular las miserias de un guión flojo y sin gancho y de unas interpretaciones estériles, por mucho que nos quieran vender a Jennifer Lawrence incluso en los cromos del phoskitos. Eso si, no tengo la menor duda, de que ellas, las madres, sabrán disfrutarla.
La secuencia: Pues no sabría decirlo. Debo reconocer que igual, y solo igual, estaba más pendiente de la chica que tenía al lado que de la propia película.
El vino caliente casa perfectamente con el clima Berlinés: Su primera media hora, que aunque poco sutil, consigue picar el intelecto del espectador.
Mezclar carne de ternera y anchoas en una pizza, es una puta guarrada: La frialdad que transmite Jennifer Lawrence y lo poquito que esconde la cinta más allá de su presencia.