Nostalgia, aquella tristeza melancólica por el recuerdo de un bien perdido. Eco del pasado, mitificado por el paso del tiempo, que nos susurra al oído que tiempos pasados siempre fueron mejores. Nostalgia, bonito sentimiento, y, por lo visto, bastante rentable también, si lo aplicamos al negocio del cine. Y es que en estos tiempos modernos, en los que el género, no siempre nos da las satisfacciones de antaño, la nostalgia se ha convertido en el perfecto condensador de flujo para que la gallina de los huevos de oro se ponga a poner ídems como una condenada. ¿Y cual es la época dorada del cine fantástico? Evidentemente, los ochenta, así que no hay que tener muchas luces para saber que fecha hay que marcar en el panel del DeLorean, para madrugar nostálgico, e irse a la piltra, o al menos intentarlo, con los bolsillos llenos de reconocimiento, de dinero, o mejor aun, de ambas cosas.
El cine fantástico actual, ha sido infectado por el virus de los ochenta, donde lo retro parece marcar tendencia y donde el uso de determinada estética, se ha convertido en el mejor de los parapetos, ante posibles inclemencias. No es raro por tanto, aprovechando de paso la particular naturaleza mitómana del aficionado al género, que en estos últimos tiempos hayan proliferado de manera exponencial, títulos que o bien homenajean el cine de los ochenta, o directamente, intentan emularlo. La lista es muy larga así que me la voy a ahorrar, amén de que estoy seguro de que todos la tenéis en la cabeza, pero valga como buen ejemplo ilustrador de esta fiebre, el “Turbo Kid” de los Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell, cinta que sin pasar de simpática, parece haber sido elevada por muchos (ganando incluso algún que otro galardón festivalero), a la categoría de culto moderno. Desproporcionado, y lo dice alguien que adora el cine ochentero sobre todo lo demás.
“Stranger Things”, nueva serie original de Netflix, se mueve dentro de estos parámetros, al menos, en apariencia y como no podía ser de otra forma, ya hay toda una multitud de aficionados gritando a los cuatro vientos en las puertas del cielo, consignas románticas y declaraciones de amor eterno a la que parece ser la chica de sus vidas. Insisto, como suele ocurrir en el mundillo, desproporcionado. Pero la fiebre de “Stranger Things”, otra más, ha llegado, lo ha hecho para quedarse y sin duda, se ha extendido cual desgarradora peste negra sobre la vieja y agonizante Europa, convirtiendo los interesantes y disfrutables ocho capítulos que componen esta primera temporada, en todo un fenómeno pop.
Servidor recibía la serie con moderado escepticismo, y eso, que el sello Netflix, se ha convertido en muy poco tiempo, en sinónimo de calidad. No era por ahí por donde veían mis potenciales dudas, más bien estas se cimentaban en aquellos que están al frente del proyecto, para ser concreto, en sus creadores, los denominados The Duffer Brothers (dirigen también buena parte de los episodios), quienes ya habían firmado recientemente la simplona y regulera “Hidden: Terror en Kingsville”, la cual todo sea dicho y por algún extraño motivo que a día de hoy, sigo sin comprender, parece ser que gustó bastante a más de uno, pese a la mediocridad del producto.
Y aunque es cierto que “Stranger Things”, comparte alguna de las miserias de aquella, no cabe duda de que nos encontramos ante una nueva interesante propuesta de Netflix, que no será con este pedacito de fantástico noventero con estética ochentera, con quien baje un ápice el listón exhibido hasta la fecha. Y es que “Stranger Things”, exageraciones e hipérboles a parte, es una entretenida, simpática y disfrutable serie fantástica, que pese a no llegar al nivel de otras propuestas de Netflix, como pueda ser la del diablo rojo, vuelve a poner de manifiesto la buena salud del género en la pequeña pantalla con un producto impecable a nivel técnico, que hará las delicias tanto de nostálgicos empedernidos, como de aquellos que gusten disfrutar del género en su formato televisivo.
“Stranger Things” aboga una vez más, por tirar de estética ochentera. La banda sonora a base de sintetizadores (muy bien parida, por cierto, dejando claro que en ocasiones, no hace falta tocar muchas teclas para dar con la combinación acertada), la ambientación de la época, y la presencia de un grupo de adolescentes al frente de las operaciones, delatan las intenciones del show desde el minuto uno, al menos, a nivel formal. Y es que pese a las apariencias, la serie no tiene tanto que ver con el cine gamberro de aventuras al que de entrada parece intentar homenajear o emular, por más que lo primero que a uno le pueda venir a la cabeza tras ver sus compases iniciales, seas aquella estupenda “Una Pandilla Alucinante” (“The Monster Squad”, Fred Dekker, 1987). Con algo más de paciencia, saldrán a la luz las que realmente son las raíces del show, “It”. La novela de Stephen King, que ya tuvo su propia adaptación televisiva en 1990 de la mano de Tommy Lee Wallace (y que tendrá remake en breve), es la principal fuente de la que bebe “Strange Things”. De hecho, si dejamos de lado la estética, podríamos estar ante la típica adaptación para la televisión de la obra de King (claras son también, las reminiscencias a “El Cazador de Sueños”), con un mejor empaque del habitual, eso si.
De todas formas, si nos ponemos a buscar referencias, esta vez no nos acabaríamos la tarta, pues “Strange Things” es una referencia constante al género, por ello, los que estén un poco versados en la materia, sabrán sacarle bastante más jugo que el gran público en general, que apenas se quedará en la superficie de un producto que sin duda transportará a más de uno, ni más ni menos, que al lugar que promete, por más que otros tantos, descubrirán más pronto que tarde, que poco hay en “Strange Things” de aquellas viejas cintas gamberras de los ochenta, o al menos, lo que hay, queda sepultado bajo los cimientos del fantástico de los noventa, con King como mayor exponente, en un relato pero, que se aleja del terror clásico a pasos casi tan agigantados como lo hace de las aventuras para toda la familia de aquellos entrañables títulos de antaño, situando al show en una pantanosa tierra de nadie con excesivo regustillo a melodrama, que puede terminar dejando insatisfechos a aquellos que busquen algo más que la simple estética resultona.
Estamos ante una historia plagada de tópicos (jóvenes marginales, familias desestructuradas, traumas del pasado, experimentos científicos, horrores del comunismo...), simple y ya con bastante kilometraje en el maltrecho motor, que pese a todo, aun anda. Tampoco destaca por su capacidad de sorprender al espectador, algo que suele verse habitualmente en las series de género actuales (al menos, en las buenas). En este sentido, “Strange Things” se encuentra algún escalón por debajo de varios de sus parientes, lo que puede significar otro handicap añadido para los más habidos a las emociones fuertes y conducciones temerarias. La cartas se ponen sobre la mesa de inicio y a partir de ahí, el desarrollo apenas depara sorpresas remarcables, quizás en los últimos minutos, donde se deja la puerta abierta de par en par a una segunda temporada, es donde encontramos de lo poquito inesperado del show.
Dicho lo cual, es imposible poner en duda la calidad de la serie y el éxito asegurado de la misma, viendo la gran aceptación que tiene hoy entre los aficionados, este tipo de productos. Yo, como amante enfermizo de los ochenta a nivel artístico, me voy satisfecho, aunque con una sensación un tanto agridulce, pues quizás, me esperaba una serie ochentera que fuera mucho más allá de la mera estética y que tuviera bastante más que ver con todo aquello que me adoctrinó como cinéfilo. “Strangte Things” engancha, no sorprende, pero consigue mantener el interés del espectador, pese a la falta de pegada y esa sensación tan decepcionante de no llegar a explotar todo el potencial disponible en ningún momento, al menos, en esa clave retro que se nos ha querido vender.
Lo mejor: La estética, la banda sonora y las mil y una referencias y guiños al género con las que uno puede llegar a tropezarse por metro cuadrado.
Lo peor: La historia es previsible y la vertiente dramática, termina acaparando mucho más protagonismo del que debiera, dejando al terror y a las aventuras en un modesto segundo plano. Algunos efectos especiales (pese a las grandes “influencias” del gran Guillermo Del Toro), tampoco están a la altura de la gran ambientación.
Lo más peor: El doblaje al español de los niños, es terrorismo en estado puro. Difícilmente se puede hacer peor.