Recuerdo el día en que vi la Escalera de Jacob, me llevó al cine mi padre. Entramos con dos paraguas, y dos horas después salimos del cine, aturdidos y sin los paraguas. Ayer, unos 25 años después, he vuelto a ver la película y me trajo las mismas sensaciones que cuando la vi por primera vez. Me trae el recuerdo confuso de aquellas noches en las que estando con fiebre, tenía pesadillas.
Adrian Lyne dirigió esta película en el 1990, después de su thriller Fatal Attraction. En pleno auge de su carrera, al casting de actores se presentaron decenas de conocidos nombres. Los elegidos fueron Tim Robbins, Elizabeth Peña (Lone Star) y Danny Aiello (The Godfather II).
Especial mención para Tim Robbins, que borda el papel y que, poco después, tras participar en varias películas de Robert Altman, y especialmente por The Shawshank Redemption y Mystic River, se acabaría convirtiendo en uno de los grandes actores del momento.
La Escalera de Jacob empieza con Jacob Singer en Vietnam, donde en un momento de aparente tranquilad su batallón es atacado. En medio del caos desatado, a Jacob le clavan una bayoneta en el estómago. En la siguiente escena, Jacob está en Nueva York, viviendo una vida muy diferente de la que tenía antes de ir a Vietnam. Con una nueva mujer, un nuevo empleo como cartero, y sin contacto con su familia, Jacob vive una pesadilla por la que deambulan y conviven personas y demonios.
La vida de Jacob es un descenso a los infiernos en busca de una explicación de lo que pasó en Vietnam, a donde volvemos repetidamente con numerosos flashbacks.
A través de un viaje alucinógeno, por un Nueva York de locura, en donde el protagonista consigue ir esquivando la muerte que lo persigue de diferentes formas: atropellos, secuestro, fiebre, explosiones… Jacob empieza a sospechar que él y sus compañeros de batallón en Vietnam han sido utilizados para probar una droga experimental que aumenta la agresividad de los soldados.
A partir de aquí es difícil tocar el argumento sin entrar en spoilers, pues, a parte de esa investigación alucinógena, también tenemos la propia situación vital del protagonista. Toda la película está llena de referencias de lo que realmente está sucediendo, siendo bastante evidente, en todo momento, a donde nos conduce la película. Ya sea indirectamente a través de imágenes, o directamente a través de diálogos y alusiones, la más clara cuando citan a Eckhart.
En mi opinión éste uno de los aciertos de Adrian Lyne, porque consigue mantener el misterio sin que el espectador se sienta perdido. Hasta tal punto, que no necesitaríamos llegar a ver el final para entenderlo todo.
También, en dos ocasiones, vemos en manos del protagonista el libro El Extranjero, de Albert Camus, quizás una referencia a que ambos protagonistas comparten esa sensación de no estar formando parte del mundo en el que les toca vivir.
Para crear esa atmósfera de pesadilla, unos efectos especiales no retocados, en los que cabezas de personajes extraños y demoníacos giran las cabezas a demasiadas revoluciones por minuto, inspiradas en Francis Bacon, fotografía de Jeffrey L. Kimball (True Romance) y música de Maurice Jarre (The Year of Living Dangerously).
Es esa atmósfera, la que hace que por momentos parezca que estamos más ante una película de David Lynch o Cronenberg, que de Adrian Lyne.
La historia y el guión son de Bruce Joel Rubin, quien merece una mención aparte, que he dejado para el final de este análisis, porque hablar de él creo que anticipa demasiado sobre el argumento y desarrollo de la película.
Joel Rubin escribió el guión en los años 80, y pese a estar muy bien valorado en la industria y existir varios directores interesados en materializarlo, algunos desistieron al encontrar la historia difícil de llevar a la gran pantalla. Pero Joel Rubin siempre tuvo mucha confianza en su guión, y de hecho, acabaría participando también en la producción de esta película.
Joel Rubin fue una mente inquieta, que durante su juventud viajó por Asia y vivió un tiempo, dicen que dos años, en un monasterio tibetano. Fue allí donde encontró la inspiración para esta historia, en El libro tibetano de los muertos, Bardo Thodol. También hay otro libro que lo inspira, The Psychedelic Experience, al que llega después de un mal viaje de LSD.
LSD… así sí, ahora lo endiento todo!
La Escalera de Jacob, que influenciaría numerosas películas y videojuegos (Silent Hill), tiene también sus predecesoras, claro. El galardonado corto An occurrence at Owl Creek Bridge (1962), de Robert Enrico, basado en el relato homónimo de Ambrose Bierce (1891), aborda el mismo tema, aunque en un contexto completamente diferente, y que formó parte de uno de los episodios de The Twilight Zone. Ambas obras están liberadas en internet y por lo tanto de fácil acceso.
Finalizo así el análisis de esta película que considero notable, y que pese a convertirse en una cult movie, no es demasiado recordada. Eso que me parece que el tiempo no la ha tratado mal.
Lo mejor: Es una de las películas que mejor trata el particular momento que vive el protagonista. Consigue ambientar perfectamente esa bajada a los infiernos (en escalera recta).
Lo peor: Es densa, para llegar al cierre de la película, hay que atravesar una retorcida pesadilla.