El cine es por antonomasia el arte del engaño. Es la capacidad de convencer a los espectadores de que es real aquello que se nos muestra, a sabiendas que no lo es. Es la capacidad de transmitir verosimilitud cuando sabemos que estamos contemplando una sucesión de imágenes fijas que han sido estudiadas (o al menos lo deberían) para provocar sensaciones en nosotros (alegría, pánico, angustia, vergüenza, etc.). Tal vez por ello, cuando una película consigue que me crea lo que me están contando (me involucre de lleno en la historia) albergo una grata sensación, la cual se multiplica exponencialmente si lo que veo es verdaderamente insano, atroz y contario a mi forma de ser y pensar. Ahí es donde radica, al menos para mí, la gracia (tal vez no sea la palabra adecuada) de las torture porn o género gorno. No se exige originalidad ni deslumbramiento a este tipo de historias, sólo deseamos que las películas de este género cinematográfico consigan hacernos padecer lo indecible, que nos revuelvan en la butaca del cine o en el sillón del salón de nuestra casa e incluso que consigan que deseemos apartar la vista de lo que estamos contemplando, cuando (en nuestro subconsciente) sabemos perfectamente que no es más que un truco de manos, un espectáculo titiritero orquestado para alterarnos. En ese preciso instante, cuando la sangre que se ve en la pantalla y los gritos de dolor o suplica los hacemos nuestros, se obra el milagro, se produce en nosotros (al menos en mí) una sensación ambivalente de júbilo y repulsión gratamente satisfactoria. Si encima sumamos una sorprendente y original historia, entonces… ¡más azúcar (o sangre) para el pastel!.
Por todo lo mencionado debo decir, no sin algo de tristeza, pues suele gustarme bastante todo lo que veo de esa lejana tierra asiática llamada Corea del Sur, que lamentablemente la cinta, The Butcher, no me ha provocado las sensaciones malsanas y repulsivas que esperaba, sino más bien tedio y ganas de que acabara la función. Pero vayamos por partes, como diría Jack El Destripador (y que debería haber hecho el director y guionista coreano Kim Jin-won).
La historia (simple) que se nos cuenta es la filmación, por parte de una organización clandestina, de varias snuff movies que serán vendidas en el mercado negro. El líder de esta tropa es un enloquecido con ínfulas de director que pretende realizar obras de arte a través de la humillación, mutilación y muerte de personas. Para llevar a cabo sus fechorías, los responsables de las películas, secuestran inocentes y los llevan a un matadero abandonado para poder rodar sin interrupciones las vejaciones y agresiones a las que los someterán. Además, para obtener mayor realismo y más puntos de vista, les colocan unos cascos que llevan incorporada una cámara para no perder ningún detalle escabroso de las mutilaciones de las pobres victimas.
En The Butcher no hay prólogos innecesarios y estúpidos como en las diversas entregas de la franquicia Hostel (trilogía, salvo que se ruede alguna más, que no me gusta nada y de la que sólo salvo algunas escenas puntuales), aquí se va al grano desde el principio. Nos encontramos en un viejo matadero, hay gente atada de pies y manos y amordazados, también hay unos fulanos (alguno verdaderamente enigmático como el “carnicero enmascarado”) que los van cogiendo de dos en dos, los llevan a una habitación cubierta de plásticos y empiezan a realizarles todas las perrerías posibles. Así que si hemos omitido lo innecesario y nos centramos en lo que realmente queremos ver (que es el martirio y padecimiento de unos pobres desgraciados), ¿por qué no funciona la película? (muy probablemente, más de uno opinará justo lo opuesto que yo y la considere grandiosa).
Si bien es cierto que se agradecería algo de profundidad en el relato y en los personajes (¡qué desaprovechado está ese “cara de cerdo”!), tampoco se echaría en falta si se sintiera como verdadero cada martillazo en el rostro, cada corte de cuchillo o las embestidas de la motosierra. Pero por desgracia en este film no me creo nada de lo que acontece por cómo está rodado. La utilización de diversas cámaras subjetivas (es curioso e incomprensible que a la postre sólo se ve lo que graba una de las seis cámaras de las víctimas y la del “director del espectáculo”) no le confiere a la película sensación de realidad, sino más bien de impostura y capricho, además de mareo y no dejar ver lo que acontece. Sólo cuando entramos en la “habitación de torturas” y atan a la silla a nuestros protagonistas empezamos a sentir algo de desasosiego, pero por desgracia esto llega tarde y no de forma muy satisfactoria.
El guión tampoco ayuda nada, los personajes son meras caricaturas sin apenas esbozar, los diálogos son absurdos y se pierde la oportunidad de hacer algo distinto con la utilización del metalenguaje cinematográfico, ya que asistimos a la filmación de una película, tanto de forma activa como pasiva (como partícipe de la cámara subjetiva y como espectador externo de la cinta), pero nuestras esperanzas de ver algo impactante quedan diluidas en un guión estéril que no avanza en ninguna dirección. Y como remate, un final insulso (parece improvisado) y excesivamente alargado, además de carente de significado.
En cuanto a las escasas actuaciones, no hay mucho que se pueda decir, dado que el guión no se presta más que a chillar y suplicar por parte de unos y a decir sandeces, golpear, violar y matar por parte de otros. Bastante flojitas (por ser piadosos).
Lo único reseñable de la película, junto con algún primer plano de desmembramiento (que sabrá a poco a los paladares más exigentes), es que al menos desprende un aire malsano y enfermizo, como consecuencia de una localización cochambrosa y desagradable, así como por la falta de escrúpulos de unos personajes dementes y carentes de empatía y por no transmitir la más mínima brizna de esperanza para las víctimas. Lamentablemente todo esto es insuficiente para mantener a flote un producto que hace aguas por demasiadas vías.
Nota: A pesar de contar con tan sólo 76 minutos, 56 de los mismos son verdaderamente insufribles, llegando a provocar cansancio y hastío ante tanta vacuidad y movimiento esquizofrénico de cámara. Si queréis un consejo, saltaros los 35 minutos iniciales, quedaos con los 20 minutos de la brutal escena de tortura (impactará a una gran mayoría, ver spoiler) y volved a desechar los 16 finales.
Spoiler: Un matrimonio forma parte del grupo secuestrado, los llevan a ambos a una habitación cubierta de plástico y sangre de las matanzas previas para iniciar una nueva sesión de ultra-violencia. El marido suplica que dejen a la mujer en paz (la dejen ir) y que se centren en él. Al poco de empezar las amputaciones, después de varios martillazos y vejaciones, es el propio marido el que da ideas a sus captores para violar y mutilar a su amada esposa a cambio de su propia libertad. Estremecedor lo que hace el instinto de supervivencia.