Es evidente que mis expectativas al ver Blade Runner 2049 eran muy altas, altísimas. Dar continuidad a una película de culto como la dirigida por Ridley Scott en el 1982, basada en un título de Philip K. Dick tan enigmático como “Do Androids Dream of Electric Sheep?” y dirigida por Denis Villeneuve, es todo un acontecimiento cinematográfico. Sin duda Villeneuve es el nuevo rey midas de la industria, ya que junto a Nolan es capaz de quedarse con los proyectos más ambiciosos del año. En 2016 fue Arrival y en el 2019 se empieza a dar por hecho que dirigirá una nueva adaptación del libro de Frank Herbert, Dune, cogiendo de esta forma el testigo de la controvertida película de Lynch.
Salgo del cine con dudas, la película no decepciona, pero tampoco convence, o lo que viene a ser lo mismo, me gusta pero no me entusiasma. Con un ritmo inesperadamente lento y con sus casi tres horas de duración se hace larga, pero, por otro lado, la atmósfera que logra impregnar en toda la historia es muy buena, portentosa, y logra respirar como si fuese real, como si tuviese ese alma propia que no tienen los androides. Posee la capacidad de volver a poner de moda el cyberpunk, si es que alguna vez se fue, pues este mismo año también se estrenó Ghost in the Shell, reinterpretación del manga de Masamune Shirow (totalmente prescindible existiendo Ghost in the Shell 2.0, 2008).
Villeneuve opa por la máxima de Mies van der Rohe "menos es más" y consigue que la película sea una secuela digna, que no me parece excesivamente carismática, pero que no defrauda. Con habilidad el director elige el camino más seguro, no se lía con una historia rebuscada (de hecho, es bastante sencilla, al menos aparentemente), y por tanto evita pecar de pretencioso. Tampoco abusa de los efectos especiales y no se regodea en mostrarnos el mundo futurista, poniendo tierra de por medio con directores más comerciales que suelen caer en una sucesión de alardes vacíos. Hasta aquí bien, el problema es que no arriesga. Su intención de no defraudar tiene como consecuencia que no opta a convertirse en una película de culto, como sí lo fue su predecesora, Blade Runner 1982, que fue una película muy adelantada a su tiempo, tanto en su temática como en unos efectos especiales de pasmosa actualidad. También fue visionaria al dejar entrever los dilemas de la ingeniería genética, un futuro robotizado o el predominio que tendrían en el futuro asiáticos (elementos muy presentes en la fotografía) y árabes (muy presentes en la OST de Vangelis). Con esos elementos de otra época tan carismática Blade Runner 2049 no puede competir, pero dejará en nuestras mentes su gran fotografía, su diseño de producción, sus efectos sonoros y varias escenas de gran nivel.
En mi opinión es una película que no logra trascender tanto como se le podía presuponer inicialmente y que, al igual que alguno de los personajes de la película, es demasiado fría, como esa lluvia que no cesa y que crea una sensación opresora. En cualquier caso, creo que va a ser bien recibida y valorada por la mayoría del público porque en contraposición ofrece un nivel técnico sobresaliente. Es inevitable hacer comparaciones con la cinta original, ya que la propia secuela nos remite a ella constantemente, está repleta de guiños y referencias tratadas con muchísimo respeto. Si la película de 1982, situada en Los Angeles en el 2019, estaba impregnada de un halo de tristeza y melancolía, en Blade Runner 2049 impera la mencionada frialdad, gracias principalmente a la fotografía, a la banda sonora y a unos personajes en su mayoría deshumanizados. No solo hay reminiscencias a la película del 1982, también a varias películas emblemáticas como Total Recall, Strange Days, Terminator o 2046, que a su vez fueron fuertemente influenciadas por la primera Blade Runner.
Las actuaciones son convincentes pese a que los personajes no tienen el carisma de antaño y tampoco hay diálogos o monólogos que pasen a la historia. Sí se abordan implícitamente temas de gran complejidad como la superpoblación, el efecto devastador de las guerras, la discriminación genética y como novedad argumental, la procreación. Ana de Armas está perfecta en su papel de Joi e interviene en una de las escenas más destacables de la película (de la que hablaré para cerrar la crítica), siendo paradójicamente un holograma el personaje más humano, en medio de un mundo en el que ya no cabe la esperanza de encontrar algo natural, ni una hoja en el suelo, ni la escama de un pez (o de una serpiente). En contraposición a la ternura que desprende este personaje nos encontramos a Sylvia Hoeks, quien ya despertó interés en la penúltima película de Tornatore (La Migliore Offerta, 2013), y que interpreta a Luv, una máquina con la frialdad al mismo nivel que Terminator. Convence también Ryan Gosling interpretando a K, el personaje que asume el mismo espacio que anteriormente protagonizó Ford. Es un antihéroe que manifiesta su constante anhelo por ser un humano, siendo Joi un elemento fundamental que le ayuda a sobrevivir ante los dilemas de su existencia en un mundo futurista sin sentimientos. Y finalmente llega el mito, tarda en llegar pero llega. La película nos lleva hasta Las Vegas, en donde se ven unas figuras abandonadas que muestran que los tiempos de ostentación quedaron lejanos y desproporcionados. Allí aparece Harrison Ford, en un viejo escenario en el que aparecen hologramas de Elvis, Marilyn y Sinatra, lugar que sirve de esta forma para homenajear a su icónico personaje, Rick Deckard.
El guion de Hampton Fancher (Blade Runner) y Michael Green (Logan, Covenant, Murder on the Orient Express) es correcto, pero por momentos algo plano. Al final no queda una grandísima profundidad debajo del gran envoltorio que diseña Villeneuve y su equipo. Una de las lagunas que tiene la película está relacionada con el personaje interpretado por Jared Leto, Wallace, que aparece y desaparece de la película demasiado rápido. El metraje de la película es larguísimo y sin embargo parece que al sucesor de Tyrell le faltaron minutos para reivindicarse, lo cual es una pena porque se esperaba mucho de él. A final, se evidencia que a la película le falta un personaje con el carisma de Rutger Hauer. Otro punto que no convence son las escenas de acción, que me parecen cuya inclusión es un tanto forzada para dar algo de ritmo a una película que de por sí lo tiene muy lento.
La música está en manos de Hans Zimmer (que cuenta ya con 10 nominaciones a los Oscar y del que destacaría entre todos sus trabajos el realizado para Malikck en The Red Thin Line) y Wallfisch (A Cure for Wellness, Annabelle, It), que a última hora sustituyeron al compositor habitual de Villeneuve, Johann Johannsson. Las composiciones me parecen acertadísimas, interpretan a la perfección los momentos y crean una música que se mimetiza con la de la película original, compartiendo incluso algunas melodías como la de la canción Tears in Rain. Por momentos espero que esas notas deriven en la canción de Love Theme (1982), pero ese momento no llega. Que nadie espere ninguna canción emblemática como la de los créditos finales de Vangelis, sería injusto entrar en ese tipo de comparativas con creaciones irrepetibles.
La fotografía de Roger Deakins (otro que acumula ya 13 nominaciones a los Oscar a lo largo de su carrera) es una de las grandes bazas del film. Reinterpreta de manera muy acertada un mundo futuro en el que apenas hay vida real. En algunas escenas los tonos son los grises azulados tan característicos del cyberpunk, fríos y afilados como el acero de una navaja (Los Angeles), y en otras la tonalidad dominante es el color crepuscular de una atmósfera quemada, oxidada, cubierta de polvo (Las Vegas). El gran aliciente para ver Blade Runner 2049 es la oportunidad de visualizar otra interpretación del mundo futuro ideado por Philip K. Dick, en cuyas creaciones se han basado adaptaciones como Screamers, Minority Report, Total Recall, The Adjustment Bureau o la actual serie de televisión Electric Dreams, entre otras.
No consigue Villeneuve hasta la fecha, por mucho dinero que le hayan puesto en sus manos, volver a impactarme como lo hizo con Incendies (2010), aunque debo destacar la sensual escena de sexo (sin sexo) a través de la superposición virtual de un holograma y una mujer real protagonizada por Joi, K y Mariette. Dicha escena no solo pone de manifiesto el papel sumiso de la mujer en un mundo machista que la reduce a mero objeto, sino que toca también el tema de la lucrativa industria pornográfica en la sociedad contemporánea y sus influencias a la hora de establecer nuestros deseos y conductas sexuales. La innovación al servicio de crear objetos que satisfagan nuestras necesidades (previamente determinadas por la propia industria) sin discusión.
Lo mejor: La atmósfera, la fotografía, el diseño y el sonido; la sensual escena de sexo (sin sexo) virtual; que la película es en su conjunto un respetuoso homenaje a la original.
Lo peor: Un metraje demasiado largo, con escenas de acción un tanto forzadas para conseguir algo de ritmo, y que a la historia le falte ese trasfondo presente en la de 1982, con personajes y diálogos singulares que le otorgaron el estatus de cult movie.