Y un día la habitación roja se abrió. Ninguno de los que estábamos allí éramos conscientes de lo que aquello implicaba, solo sentíamos el irrefrenable deseo de traspasar una puerta que aún no estaba definida. Ninguno de nosotros sabíamos reconocer la realidad cuando el tiempo se empeñaba en detenerse y engañarnos, pero una cosa era la inconsciencia y otra el deseo de dar un paso por delante de un umbral que invitaba al engaño de una forma tan descarada. Optamos por ser inconscientes y entrar en un mundo donde el rojo no era un color. Lo hicimos todos juntos pero, por separado cada uno de nosotros soñaba con algo diferente. La realidad sobrevino justo cuando la puerta roja se cerró.
“La Maldición de Hill House” es la serie del año. Empiezo por donde creo que debo empezar para no dejar lugar a dudas y analizar este drama familiar de terror desde un lugar peligroso para el analista, aunque inevitable en ocasiones: la admiración. No soy sospechosa de adorar a Mike Flanagan, director al que considero bastante irregular pero con un talento fuera de toda duda. Hasta el momento, solo “Hush” (2016) y “Gerald’s game” (207) me parecen estar a la altura de las expectativas que siempre genera Flanagan. Tanto “Absentia” ( 2011), “Oculus” ( 2013), como “Somnia” y “Ouija” (ambas de 2016) terminaron por convertirse en cuatro decepciones que no escondían una explotación en una fórmula que no siempre obraba milagros. Por suerte, el prolífico director cuenta con una buena base y cuando tiene tiempo de construir sobre ella y visualiza el objetivo, acierta con todos y cada uno de sus tics, como ha demostrado en cada uno de los diez capítulos de ”La Maldición de Hill House”.
"No hay terror sin drama y cuanto antes seamos conscientes de esto, antes dejaremos de prejuiciar películas o series"
La fina línea que separa el drama del terror se difumina en esta serie para que el espectador no tenga claro cuál de las dos vertientes tiene más peso e importancia. De esta manera no nos damos cuenta de que el peso se reparte por igual, para que como ocurre con la familia Crain, no sepas dónde termina lo uno y empieza lo otro. No hay terror sin drama y cuanto antes seamos conscientes de esto, antes dejaremos de prejuiciar películas o series por el hecho de tener como palanca de arranque un hecho absolutamente dramático. En este caso, el ejercicio exige que conectes con el drama para ir un poco más allá del terror que aparentemente ofrece. Ninguno de los dos elementos está dosificado, de hecho se abusa de ambos. El resultado es sobrecogedor y cuando tu estómago no está encogido por la tensión, es tu garganta la que intenta anudar aún más esa sensación de llanto que cada personaje demanda al final de cada capítulo.
Yendo por partes, podíamos hablar largo y tendido de cada uno de los capítulos que el mismo Flanagan escribe y describe para nosotros, pero prefiero que sean las imágenes mentales que cada uno de vosotros tenéis de ellos las que hagan parte del trabajo. Siendo conscientes de que la materia prima la proporcionó Shirley Jackson en 1959 con su novela homónima, no quito mérito al encargo que tuvo Flanagan a la hora de conjugar la psicología y la ambigüedad de la novela con la familia Crain y las dos líneas temporales de las que se compone su serie. De esta manera, cada capítulo tiene la doble misión de ir conformando la telaraña de Hill House, a la vez que sirve de perfecto dibujo y desarrollo de cada uno de los personajes en pasado y en presente. A lo largo de los capítulos tenemos siete historias dramáticas individual y colectivamente hablando, que sirven de llamada perfecta para el ejercicio de terror al que Flanagan nos tiene acostumbrados.
En este aspecto, Flanagan no innova y repite recursos ya utilizados anteriormente en sus películas pero que actúan de catalizador perfecto para la historia de la casa encantada, tanto en presente como en pasado. Obviamente, si pensamos en los detonantes para que la acción conjugue perfectamente estos dos tiempos, hay dos personajes que son epicentro involuntario de cada una de las historias: Olivia y Nell. Ambas son parte orgánica de la casa por diferentes motivos y ambas son lo suficientemente poderosas para establecer el vínculo perfecto entre flashbacks. Y son estos flashbacks, ayudados de un excelso montaje, los que hacen que uno de los capítulos resalte por encima del resto en cuanto a cualidades técnicas. Sí, me refiero al famosísimo capítulo seis, donde a golpe de plano secuencia, el travelling es capaz de casar esas dos líneas temporales de una forma simplemente perfecta.
“Pocas veces una historia de terror gótico ha sido tan cruel y dura”
Respecto al resto de capítulos, dentro de la importancia de todos para la narración y sin encontrar retales sin coser o escenas estiradas, es de justicia destacar también el capítulo cinco, donde entendemos la tragedia de Nell y la mujer del cuello torcido. Pocas veces una historia de terror gótico ha sido tan cruel y dura. Pocas veces un desenlace a mitad de temporada ha provocado tan buen sabor de boca. De igual manera, quiero mencionar el buen hacer del capítulo ocho, que será recordado por todos por ese scarejump inesperado que sigue provocando taquicardias, pero que para mí destaca por el desesperado y magistral monólogo de Theo sobre su vacío interior. Aquí Flanagan demuestra una calidad en el guión absolutamente envidiable.
Durante un recorrido de nueve capítulos, el espectador asiste a todas las tragedias, infortunios, tristezas, vacíos, miedos y culpabilidades que cabían en una casa. Y la casa es grande y tiene muchas habitaciones, pero es justo que el desenlace se haga desde el corazón del misterio, desde la habitación motora de la casa: la habitación roja, que si bien es un punto común para cada capítulo, no es hasta la conclusión donde se materializa y se presenta como una realidad para la audiencia. La luz roja de esta habitación ciega y no termina de dar todo lo que el espectador espera llevado a un estado de caos y destrucción casi límite durante las casi nueve horas anteriores. Pequeña decepción al entender que la luz roja no era tan brillante como imaginábamos y que se podía cambiar por una luz mucho más neutra. No está muy claro el cambio en el tono por parte de Flanagan en el capítulo final, cuando él mismo ha admitido que la resolución original de la familia Crain era bastante diferente. Si al menos se hubiera jugado a la ambigüedad, creo que estaríamos hablando de una serie totalmente perfecta. Entiendo que la idea es dar continuidad a la historia de la casa y no tanto a la de los Crain. Entiendo, por tanto que la estructura de temporadas que se utilizarán en el futuro será la de “American Horror Story”.
“es imposible sacar pegas a nivel técnico y no deberíamos tener que esforzarnos en buscar aspectos negativos a algo que no los tiene”
A nivel técnico, “La Maldición de Hill House” es también impoluta. La fotografía es sobresaliente, los colores elegidos combinan perfectamente con cada una de las historias y reflejan la personalidad de la historia común. Marco perfecto para unos actores que acatan unas órdenes muy específicas a la hora de meterse en la piel de cada personaje. Tarea fácil para Carla Gugino (Olivia), Henry Thomas (Hugh Crane ), Kate Siegel (Theo) y Elizabeth Reaser (Shirley), quienes ya habían estado a las órdenes de Mike Flanagan en anteriores trabajos. Un casting muy homogéneo en cuanto a calidad y resultados. Poco acertado con Henry Thomas, desde mi punto de vista, no sólo por el hecho de que pareciera un extraterrestre con las lentillas azules, sino por la particularidad de sus muecas y una expresión facial que inquietaba cada vez que tenía que transmitir tranquilidad a sus hijos. Pequeña anotación esta porque en general, estoy muy a favor de cada actor. Destaco también una ambientación y banda sonora que no desentona en ningún capítulo, todo lo contrario. Complemento perfecto para la creación de la extraordinaria atmósfera. La verdad es que es imposible sacar pegas a nivel técnico y no deberíamos tener que esforzarnos en buscar aspectos negativos a algo que no los tiene. El ser humano siempre es así, se asusta de aquello que roza la perfección y se empeña en buscar subterfugios para su tranquilidad. Esta noche, esto no pasará.
La puerta roja se cerró y lo que parecía una habitación roja se convirtió en madera vieja y moho en las paredes. Comprendimos entonces que lo que nos atrapaba no era el tiempo sino cada agujero que había convertido a nuestro corazón en un colador y al alma en su tamiz. La realidad frente a unos ojos cerrados es lo más cercano a la fantasía que vivimos. ¿Queríamos volver a abrirlos? En nuestra mano estaba volver a pintar aquella habitación.