La de Frank Castle ha sido una relación tormentosa y repleta de altibajos con el espectador, marca de la casa, tanto del personaje, como de la propia plataforma de streaming Netflix, capaz de lo mejor, y de cosas no tan buenas. El mini universo Marvel creado por Netflix, ha tenido un poco de todo y ha pasado por todos los estadios, desde la más absoluta excelencia, encarnada en esa obra de arte en tres tiempos que han sido las aventuras del diablo rojo, pasando por la indiferencia digerible y no del todo tóxica de la Jones y la mole calva de ébano, hasta el tedio para dormir a las ovejas del irritante puño de hierro. Y por supuesto, “The Punisher”, el superhéroe más políticamente incorrecto (con permiso de “Deadpool”) del universo Marvel.
“la presencia de Jon Bernthal justifica por sí sola cualquier tiempo invertido en la experiencia”
Ahora, tras la cancelación de todas ellas y con la incertidumbre de si podremos volver a disfrutarlas (o sufrirlas) en la nueva plataforma de Disney (dejar escapar al menos, un filón de la calidad de “Daredevil” parece a priori poco probable), repasamos lo que ha sido la segunda y ¿última? temporada del show Castle o lo que vendría a ser lo mismo, una gran oportunidad perdida por parte de Netflix de recuperar buena parte de la credibilidad ganada con el diablo rojo y posteriormente perdida paulatinamente con el resto de series, incluida la descafeinada “Defenders”.
A estas alturas de la película (o de la serie) no vamos a descubrir las dos grandes virtudes de una serie como “The Punisher”. Es evidente, que la presencia de Jon Bernthal justifica por sí sola cualquier tiempo invertido en la experiencia. Mucho ha llovido desde que este abandonase el barco de “The Walking Dead” antes de que se hundiese, en su mejor momento, tras aquella sorprendente y estupenda segunda temporada, momento álgido del show junto a la que vendría. Lo de después, ya sabemos todos como terminó (si es que algún día termina, que uno ya empieza a dudarlo). El caso es, que “enterrado” Shane, lo de Bernthal ha supuesto una curva totalmente opuesta a la experimentada por la serie creada por Frank Darabont y la presencia del de Washington se ha convertido en todo un seguro de calidad. Ahí quedan títulos como las recientes “Wind River” (Taylor Sheridan, 2017) o “Sweet Virginia” (Jamie M. Dagg, 2017) como buenos ejemplos de lo recomendable de poner a un Bernthal en tu película.
“Ya en la primera temporada pudo verse que al libreto le quedaban bastante grandes los personajes en él contenidos y en esta segunda, esto se evidencia aun más si cabe”
El otro gran encanto de “The Punisher” es por supuesto, sus descontroladas dosis de violencia. Herencia directa de su hermana mayor “Daredevil” y rasgo primordial que la ha diferenciado del resto de difuntas series de superhéroes de Netflix. Cuesta entender entonces como con dos elementos tan diferenciales a su favor, el show nunca haya conseguido terminar de arrancar, si bien esto no es más que retórica pura y dura, ya que todas las evidencias señalan hacia el mismo lugar, su poco inspirado guión.
Ya en la primera temporada pudo verse que al libreto le quedaban bastante grandes los personajes en él contenidos y en esta segunda, esto se evidencia aun más si cabe. Con el decepcionante añadido de comprobar como los responsables del show (y sorprende estando detrás de la maquinaria un tipo sobradamente solvente como Steve Lightfoot) no solo no han sabido aprender de los errores del pasado, sino que han vuelto a caer en todos y cada uno de ellos de nuevo. Con el añadido de que para colmo, nos han terminado de contar, a grandes rasgos, la misma historia de antaño. Y el caso es, que si uno se queda en los tres capítulos iniciales (la temporada completa consta de doce), no entenderá nada de todo esto que comento, pues no tienen nada que ver con lo visto en la anterior entrega, de hecho, es una evolución perfectamente válida y ejemplo modélico de lo que tendría que haber sido esta segunda hondonada de hostias redentoras. No se puede empezar mejor, nuevos personajes, nuevos escenarios, violencia extrema, nuevo villano y un aire de road movie que erotiza los genitales. Un ilusionante espejismo, un sueño húmedo.
Vaya usted a saber porqué, pero el cuarto capítulo nos devuelve a la triste realidad de la serie, un regreso al pasado en forma de desagradable déjà vu que una vez más, pondrá a prueba la paciencia del espectador, repitiendo personajes caducados que ya en su momento fueron portadores de dudoso interés sobre sus espaldas y que ahora, no solo no interesan, generan rechazo. Si Ben Barnes dio el pego por los pelos en la primera, en esta segunda el paso oficial a “Puzzle” (“Jigsaw”) termina por devorarlo. Demasiado melodrama, dilemas existenciales y desorbitadas muecas para un show como este al que hemos venido para lo que henos venido y desde luego, no es para ver capítulo tras capítulo al bueno de Billy Russo jugar a los romances con su peculiar psiquiatra. Aplíquese lo mismo a la agente Madani (Amber Rose Revah) o al también veterano de guerra Curtis (Jason R. Moore), que ya nos había rayado en la primera tanda de episodios y aquí repite con la misma mierda reiterativa sobre las miserias de los excombatientes regresados a la sociedad, temática una vez más recurrente en este segundo acto.
“esta segunda temporada solo mejora a la primera en sus momentos más inspirados, esto es, los tres petardos iniciales y los tres últimos”
Vamos eso sí, a reconocerle los aciertos a “The Punisher” y no todo son reciclajes de la primera temporada. Si el tema villanos cojeaba, la presencia de Josh Stewart (“The Collector”, “The Neighbor”) es como un oasis en medio del desierto. Todo lo que debería ser un buen villano que se precie. Oscuro, misterioso, implacable y sobretodo, con un dibujo del personaje que aborda los dramatismos y los demonios interiores alejándose de tópicos prefabricados y sensiblerías innecesarias. Las partes en las que aparece Stewart, dando vida al sicario de dios John “ojitos” Pilgrim, son sencillamente majestuosas. Interesante también el personaje de Giorgia Whigham (Amy), perfecto condimento a la figura del castigador (algo parecido a lo que ocurría en la primera con la figura de Micro) en una relación repleta de posibilidades que por desgracia, no termina de aprovecharse, ya que para disfrutar de la (sub)trama realmente interesante, uno tiene que esperar hasta los tres últimos capítulos, eso sí, brillantes.
En definitiva, esta segunda temporada solo mejora a la primera en sus momentos más inspirados, esto es, los tres petardos iniciales y los tres últimos, el resto de episodios no dejan de ser un innecesario refrito de lo visto en aquella y una auténtica piedra en el zapato a la hora de intentar disfrutar de una serie a la que el personaje principal le ha venido grande en muchos momentos y a la que sin duda le ha pasado factura también, la insuperable presentación en sociedad que este tuvo en “Daredevil”, donde de largo se vio al mejor castigador de toda la andadura. Estamos también ante una temporada bastante más irregular que la anterior, la cual iba claramente de menos a más hasta llegar a su apoteósico desenlace. En esta segunda, las fluctuaciones son mucho más traumáticas y el interés viene y va según el momento. Llegar al imperdible tramo final, puede suponer una dura piedra de toque para más de uno.
Esto no quita que estemos ante la mejor adaptación de “The Punisher” hecha hasta la fecha (tampoco es que el listón estuviera precisamente lo que se dice, alto), con un Bernthal fantástico (como siempre), pelín sobreactuado por momentos, algo que lejos de desentonar, hace aun más suyo el personaje, unas secuencias de acción descomunales y repletas de violencia sin censura de ningún tipo (por desgracia eso sí, más dosificadas de lo que nos hubiera gustado) y algunos personajes secundarios con mucho potencial (más o menos aprovechados según el caso) que destacan sobre otros tantos que están por estar y para justificar un libreto vago y poco inspirado que ni convencía en la primera temporada y menos aun en su versión 2.0. Disfrutable, mucho, pero a ratos.
Lo mejor: John Bernthal y Josh Stewart, su tour de force final es canela fina.
Lo peor: La historia que (sí)interesa termina siendo una subtrama al servicio del enfermizo continuísmo del guion y de sus contagiosos peones.