Annabelle ha vuelto. Su concepción de spin-off dentro del multiverso Warren ha tomado una nueva dimensión al transformarse en una parte fundamental de la historia que repasa, de forma ficcional, el recorrido de los dos archiconocidos investigadores de lo paranormal. Es una nueva vía para que el gigante de Wan siga acumulando filmes en su más que rentable saga, camino de transformarse en una de las más potentes cuando hablamos de cine de género.
Su fórmula es incansable, precisamente, porque funciona: incluso con ejemplos más o menos aceptables (“The Nun” fue bastante deficiente), la rentabilidad que exige el proyecto sigue existiendo, lo que provoca que no dejemos de ver (siquiera a corto plazo) un horizonte final. Ya no es solo una cuestión de dinero: es una cultura de consumo de cine de terror propia. Lo que pretende Wan, lo que ha conseguido, es acumular un gran compendio de narraciones que han trascendido la metahistoria original para convertirse en todo un universo propio; la comparación más cercana la tenemos en “Avengers”. Poco importa que haya mejores o peores, pues al final, el consumidor medio de dicho universo las verá todas porque en todas aparecen retales de algo que va más allá, de toda una trama global de la que dicho espectador quiere sentirse parte. Esto es lo que sucede con los Warren. “The Nun”, de la que hablábamos antes, ya tiene confirmada secuela: no responde a una lógica de la calidad, sino de ese pulso narrativo constante en el que los aficionados más acérrimos, incluso con toda nuestra crítica, pedimos seguir estando.
“la película como producto único es bastante escasa. Su guion es simple, clásico y no abunda en giros inesperados y/o momentos excepcionales”
En este fenómeno de masas tan fascinante y tan impropio del cine de género de nuestro siglo, James Wan sigue siendo el epicentro, y la muñeca Annabelle su filón más interesante. La primera película fue bastante desastrosa, pero la segunda parte, dirigida por un inspirado David F. Sandberg, siguió con maestría los orígenes de la muñeca. Bien construida, con un ambiente tétrico y un buen homenaje al invasion home, la película se defendía, aunque quedaba muy lejana de las obras dirigidas por James Wan. Es curioso que el propio director haya acabado trabajando para la factoría DC con “Shazam!”, siguiendo los pasos del propio creador de “Insidous”.
En esta ocasión, y viendo que había ido bien, la batuta la recoge Gary Dauberman, guionista de las dos anteriores películas protagonizadas por la muñeca y de la defenestrada “The Nun”. Su paso a la gran pantalla como director no ha venido solo, y con ello hay que comentar algo interesante: James Wan ha estado siempre detrás de la producción de todas las películas. Su forma de entender su universo no le ha alejado en ningún momento a la hora de plasmarlo en los filmes, donde ese terror palomitero sigue estando presente de una forma más o menos clara. Y esto es digno de mencionar, pues entre amantes o detractores, muestra un interés particularmente puntiagudo a la hora de presentar las nuevas películas y de que los espectadores sigamos viendo una serie de cuestiones que nos lleven a pensar que estamos dentro de esa misma metatrama llena de homenajes, símbolos y nexos. Home invasion, homenajes al terror gótico de la Hammer de mediados de siglo XX, al J-Horror de principios del siglo XXI o este museo de los horrores que nos presenta “Annabelle Comes Home”: todo vale si detrás tenemos el mismo espíritu.
Pero, incluso con todo ello, ¿es esta película un buen producto dentro de la saga? Vamos a ver qué nos encontramos.
En general, la película como producto único es bastante escasa. Su guion es simple, clásico y no abunda en giros inesperados y/o momentos excepcionales. Tampoco hay pretensión de serlo ni altura de miras: se conforma con ser un ejemplo más de terror palomitero en el que la linealidad está clara de principio a fin. Las interpretaciones siguen el mismo camino: sin caer en la sobreactuación, el elenco hace su trabajo. Es en todo lo demás en lo que “Annabelle: Comes Home” destaca, más por aquello que pretende emular y homenajear que por su naturaleza como película independiente. Sirve, de forma más que aceptable, como un cajón de sastre lleno de pequeñas pinceladas que el espectador deberá encontrar a lo largo de sus poco más de noventa minutos de metraje.
“La estética teen es omnipresente en los chistes, en cierta inocencia que destilan sus protagonistas y en los diálogos mascados”
Decíamos anteriormente que el multiverso Warren tiene en cada una de sus películas un estilo diferente dentro del cine de género: aquí nos plantea un museo de los horrores que cobra forma en una sola noche y unos jóvenes atrapados dentro de una casa en la que deberán sobrevivir. La estética teen es omnipresente en los chistes, en cierta inocencia que destilan sus protagonistas y en los diálogos mascados, en muchísimas ocasiones reiteraciones de tantas y tantas películas parejas.
Con ello, es muy interesante la forma en que Dauberman cierra el círculo, comenzando directamente con la escena final de la primera película de “Annabelle”, de la que emana todo el guion de esta, entroncando una parte del multiverso y dándole un sentido narrativo tan necesario como importante. Y hasta aquí tenemos a los Warren (salvando una bonita escena final en la que se homenajea a Lorraine, fallecida recientemente). La pareja de parapsicólogos se quita de en medio rápido y el protagonismo recae sobre un trío femenino en el que destaca su hija (ya la vimos en “The Haunting of Hill House”). Es bastante interesante el papel que juega la niña en la película, protagonizándola absolutamente en los momentos en los que puede verse su inexperiencia frente a la horda de malévolos espíritus como en aquellos en los que asume que es la única que puede evitar que estos se lleven una de las almas de las chicas, liderando toda la lucha. La dualidad de la chica está bien conseguida, apenada porque nadie va a su cumpleaños pero, llegado el momento, capaz de tomar la cruz y hacer retroceder a las bestias del museo de los horrores de los Warren.
"todo es en sí un homenaje particularmente interesante a su propio multiverso y al cine de género de esas décadas de los 60, 70 y principios de los 80”
El museo es otra de las partes claves. Recreado hasta el mínimo detalle, inundado en réplicas de los elementos que los Warren poseen. Es el auténtico protagonista de la historia: todo lo que yace en su interior tiene una historia, un pasado diabólico, y toda su maldad gira en torno a Annabelle, que los proyecta para capturar almas. Así, iremos viendo una concatenación de posibles spin-offs a la velocidad de la luz, mezclado en todo momento con numerosas referencias al cine de género (seguro que se me saltan muchas): la omnipresente niebla de las obras de, entre otros, Lucio Fulci (“El más allá”, por citar un ejemplo); el color rosa pálido del gran filme de Argento (“Suspiria”), el uso del croma metálico y apagado de Mario Bava, la escena de la televisión tan “Poltergeist” de Tobe Hooper, incluyendo pequeño cameo de la “Carrie” de Brian de Palma, y el estilo del director tan próximo a Mike Flannagan, que durante muchos momentos nos parece ser quién ha rodado esta película (los travelling lentos en los que la cámara hace de sujeto pasivo para ver cómo el espíritu de turno deambula, la palidez y quietud inanimada de los cadáveres, son señas de identidad del director).
Son muchos más, pero todo es en sí un homenaje particularmente interesante a su propio multiverso y al cine de género de esas décadas de los 60, 70 y principios de los 80. Es su mayor esfuerzo junto a su virtuosismo técnico; el resto deja más bien mucho que desear. Un guion predecible (no por ello menos divertido), unas actuaciones suficientes y una dirección elogiosa hacen que se convierta en la favorita de las tres, aunque dentro de toda esta gama de películas relacionadas no deje de ser un producto que situar en la zona media de la lista.