Siempre he pensado que el ejército empeora todo lo que toca. Y si nos atenemos al cine de terror aún más. No existe componente que me saque más de la historia que un grupo de soldados uniformados, fuertemente armados y haciendo gestitos con las manos y la cara. Por ese motivo me cuesta tanto disfrutar del cine de zombies, ya que resulta casi imprescindible la intervención militar en algún momento de la historia. Que no me gustan los militares incursionando fuera del cine bélico vaya. Todavía recuerdo como desconecté completamente de “El Cazador de Sueños” (2003), después de su notable primera mitad, una vez que Morgan Freeman y sus cejas imposibles hacían acto de presencia.
“bochornoso es como se limita a poner un filtro azul para exteriores, un filtro rojo para un interior y un filtro verde para simular la vista en primera persona”
¿Y con este precedente ha conseguido “Stairs” (2019) cambiar mi opinión? Desafortunadamente, y evidentemente, la respuesta es negativa, ya que la película de Tom Paton, cuya filmografía cuenta con tres obras previas que voy a saltarme, lo hace todo rematadamente mal. Empezando por la simple búsqueda de información del film: no os extrañéis si os cuesta dar con ella, ya que ronda un póster que reza el susodicho “Stairs”, otro en el que pone “Black Ops” y al comenzar la película aparece como título “The Ascent”. Ni los italianos en sus buenos tiempos lo hubieran hecho mejor.
He de admitir que la idea de partida despertaba mi curiosidad: un grupo de soldados encerrados en una escalera, en la que por mucho que asciendan nunca encuentran salida ni tampoco a San Pedro. Un argumento válido para un capítulo de “La dimensión desconocida”, pero difícil de mantener en un largometraje de duración estándar. ¿Y cómo se alarga la historia? Pues añadiendo, sin ninguna pizca de vergüenza, pinceladas de slasher sobrenatural, no una, sino dos, bochornosas luchas a cuchillo y un prólogo, que mediante bucle temporal, permite ahorrar metraje y aburrir al espectador hasta la náusea mediante repetición y repetición.
“una suerte de repetición de la misma escena que personalmente ha conseguido sacarme de mis casillas”
El mencionado prólogo ya deja entrever la poca inventiva de Paton a la hora de planificar tanto las secuencias de acción, con solamente primeros planos de gente disparando (¿para qué hacer algo con tiros si se encuentran tan mal rodados?), como el empaque visual de la cinta: bochornoso es como se limita a poner un filtro azul para exteriores, un filtro rojo para un interior y un filtro verde para simular la vista en primera persona de un shooter (resulta que lo de “Black Ops” no es casual…). El comienzo ya nos permite percatarnos de otro de los horrores del espectáculo: ni uno solo de los miembros del escuadrón parece verdaderamente un militar. ¿Funcionarios de prisiones? Correcto. ¿Tornero Fresador? Lo compro. ¿Militares? Ni de coña.
No llevamos ni 15 minutos del film y todo pinta rematadamente mal. Y lo peor es que la cinta todavía no se ha encerrado en su único escenario, las famosas escaleras, donde el ritmo se resiente y el interés se esfuma como cenizas en el viento. Aunque haga trampa para permitir al film respirar fuera del enclave, la solución empeora lo visto precedentemente y se establece en una suerte de repetición de la misma escena que personalmente ha conseguido sacarme de mis casillas…y eso que tengo tragaderas para la basura. Como no todo es inmundicia en esta vida, he de decir que un par de gags de humor han conseguido sacarme una sonrisa (el del dedo resulta afortunado) y agradezco la crudeza de las ejecuciones. Y es que quién no se consuela es porque no quiere.
“ni 15 minutos del film y todo pinta rematadamente mal. Y lo peor es que la cinta todavía no se ha encerrado en su único escenario, las famosas escaleras”
Sobre el argumento o historia poco más se puede contar (por evitar destripar nada y porque tampoco os va a interesar un carajo), por lo que voy a dedicar las últimas líneas a mencionar algunos aspectos destacables de la cinta de mi amado Tom Paton:
En una secuencia de tiroteo, un pobre miliciano que andaba por allí a sus cosas, recibe un impacto de bala en todo el cráneo. El típico tiro en la cabeza de toda la vida. ¿Y cómo reacciona el desafortunado miliciano? Pues como todo hijo de vecino, llevándose las manos a la cara, como sin poder creerse que acaban de volarle la tapa de los sesos. Un osito de peluche medio quemado es una fantástica metáfora de la crueldad de la guerra. Pero la cosa mejora si plantas un plano detalle de una bota pisoteando al pobre hijo de pelusa que echa de menos a su familia. Pero como temes que la idea no resulte muy clara, repites el plano con el oso siendo pisado por otras cinco botas militares. Sutil. Por último, el ser soldado te prepara para reaccionar sin ningún tipo de emoción frente a lo que sea. Como convives día a día con lo peor de la raza humana, puedes aceptar lo sobrenatural, lo confuso espacio temporal e incluso tu propia mortalidad con una estoicidad digna de elogio. Los intérpretes debieron pasar una temporada en el Africa Corps para preparar sus papeles.