Paco Plaza busca amparo en su exitosa “Verónica” (2017) para presentar en sociedad su nueva obra. A modo de precuela, el director valenciano escoge a uno de los secundarios más explotables de su anterior trabajo, la hermana muerte, para mostrarnos sus orígenes en “Hermana Muerte” (2023) tal y como ya hiciera el Warrenverso con personajes emblemáticos de la franquicia como la muñeca Annabelle o el demonio Valak, excelente excusa para rodar un buen puñado de películas y fórmula de incuestionable éxito comercial que en el caso que nos ocupa, además, ofrece la oportunidad a Plaza de regocijarse en uno de los periodos favoritos del cine español, sí, una vez más y para sorpresa de todos, la guerra civil española.
“tras enfrentarme a Hermana Muerte, la anterior película de Plaza, en comparación, me parece un pepinaco de terror de época, lo cual no habla muy bien de su nuevo trabajo”
Plaza sitúa la película en la posguerra y nos presenta a la hermana Narcisa (Aria Bedmar), recién llegada a un antiguo convento de clausura tras una infancia marcada por sus supuestas visiones divinas y que la elevaron a la categoría de “niña milagro” en su pueblo natal. Ordenada como novicia, Narcisa empezará a enseñar a un grupo de niñas mientras extraños sucesos se desencadenan a su alrededor. Todo ello, para terminar descubriendo el oscuro secreto que esconde el lugar y que dará origen al personaje que vimos en la película de 2017.
Vaya por delante que “Verónica” me pareció una película entretenida que conjugaba bastante bien el cine de fantasmas de Hollywood imperante en el momento con el costumbrismo patrio (algo que tres años después intentaría repetir Albert Pintó con su “Malasaña 32” con bastantes peores resultados), pero pese al gran entusiasmo generalizado y ese maldito duende que tenían Heroes del Silencio (que siempre suma), nunca me subí al carro del movimiento de desorbitada satisfacción generalizada que generó en su día. Dicho lo cual, diré que tras enfrentarme a “Hermana Muerte”, la anterior película de Plaza, en comparación, me parece un pepinaco de terror de época, lo cual no habla muy bien de su nuevo trabajo.
“una película que si por algo destaca es por su potente puesta en escena y por el gran partido que sabe sacarle a la aterradora iconología cristiana”
Lo primero que me llama la atención de “Hermana Muerte” es que se nos presente en formato 1:33.1, es decir, una puta imagen cuadrada. Entiendo que atiende a una suerte de recurso para intentar darle contexto histórico a la obra y como gracia puntual, me hubiera parecido interesante, ahora, que nos obliguen a mamarnos la película completa en estas condiciones cuando el que más o el que menos, tiene una pantalla de cine de 65 pulgadas en su casa, pues como que no. Como si no tuviéramos ya suficiente con las puñeteras bandas negras horizontales que tenemos que seguir sufriendo en pleno 2023.
Superado esto, nos encontramos con una película que si por algo destaca es por su potente puesta en escena y por el gran partido que sabe sacarle a la aterradora iconología cristiana. Plaza demuestra que no hace falta adentrarse en las tripas del género ni mirarse en el espejo de nadie para crear una lograda atmósfera de opresión y misterio. Es cierto que hay trampa, que cuando tienes a la iglesia católica entre manos, con todo lo que representa y además te subes a según que escenarios, la posguerra en este caso, el olor a rancio es tan fuerte que lo de ofrecer un teatro macabro como telón de fondo sale casi solo. Es una lástima que la narración no esté a la altura y nos topemos ahora sí con un título bastante tópico que intenta disimular una trama mil veces vista con cuatro trucos de feria que para los paladares más afines al fantástico, seguramente sabrán a poco. Y es que si quitamos de la ecuación los últimos quince minutos de metraje, cuesta encontrar argumentos para adscribir la obra al género, teniendo en su conjunto mucho más que ver con el drama histórico (aquí la hostia se la llevan los republicanos por un lado y como no puede ser de otra forma, la iglesia católica por el otro) que con cualquier otra cosa.
“si quitamos de la ecuación los últimos quince minutos de metraje, cuesta encontrar argumentos para adscribir la obra al género”
Aria Bedmar carga con todo el peso interpretativo de la película, con un trabajo sólido y muy emocional que, en muchos pasajes, consigue que el espectador se fije más en su aportación que en otros aspectos del filme menos interesantes como la cuestionable capacidad de la historia para mantener al respetable enchufado o interesado en una trama que no arranca, literalmente, hasta su tramo final y el viaje hasta llegar a ese punto no siempre es ni reconfortable ni ameno, tanto es así que la sombra de una tortura del calibre de “The Book of Birdie” (Elizabeth E. Schuch, 2017) me ha asaltado en más de una ocasión a lo largo de la travesía.
Eso sí, cuando Plaza mete la mano en la chistera y se saca el conejo, la cosa cambia. En los últimos quince minutos, se aflojan las correas y se aparta la sutileza imperante hasta ese momento para ofrecer unas cápsulas de terror solventes y muy poderosas visualmente que además tienen el añadido de enriquecer, aun siendo en diferido, situaciones vividas con anterioridad que no nos habían llamado la atención entonces, lo cual modifica sin duda la percepción que el espectador podía tener del filme hasta dicho momento, así ha sido al menos en mi caso. Por desgracia, pesa más el hastío de revisitar siempre los mismos lugares comunes del cine español y la pereza para con el fantástico más puro de la cual hace gala Plaza, entiendo, para acercar la película a todo tipo de público, que sus divertidos últimos minutos, que, como no podría ser de otra forma, terminan en manos de héroes, a modo de sal de frutas, por lo que pueda ser.
Lo mejor: La constatación de que no existe mejor escenario para una película de terror que la iglesia católica...
Lo peor:… aunque en un 90% del metraje ruedes un drama histórico sobre las mismas miserias de siempre.