Nicolas van Orton es un zar de las finanzas californianas cuyo trabajo es mover cuantiosas inversiones de un negocio a otro, calcular los pronósticos y exigir resultados de forma inflexible. Vive una vida solitaria, divorciado, sin hijos, sin amigos, rechazando el contacto humano y viviendo sin vivir como un auténtico pobre niño rico que lo tiene todo y no tiene nada, todo esto debido al terrible trauma que arrastra por el suicidio de su padre siendo el apenas un pequeño niño necesitado de afecto.
Cierto día almuerza con Conrad, su hermano menor y oveja negra de la familia, quien le trae un curioso obsequio: una invitación certificada de CRS, una misteriosa compañía que ofrece a sus clientes participar en El Juego, una extraña pero atractiva competencia cuyo objetivo es descubrir, en sí, qué es El Juego y por qué el participante lo está jugando. Más que por complacer a Conrad que por otra cosa, Nicolas se somete a la compleja batería de exámenes y pruebas físicas para optar como participante, y a partir de ahí, se desata una auténtica locura depravada y demencial que lo sumergen en un auténtico rompecabezas que pone en peligro su cordura, su fortuna y hasta su vida, obligándolo a buscar la llave de salida (nunca mejor dicho) de esta pesadilla que parece eterna, hasta finalizar con uno de los plot-twist más espectaculares e inesperados de todos los tiempos en la historia del cine.
“un magnífico y calculado juego de niños depravados donde llevó al protagonista a los límites absolutos de la razón y la lógica”
Esto, a grandes rasgos, es la sinopsis de “The Game” (1997), una de las mejores películas de suspenso psicológico de los últimos 30 años y que terminó de encumbrar a David Fincher como un auténtico genio del séptimo arte.
Un muy calculado juego de niños depravados
Luego del sensacional éxito de “Se7en” (1995), David Fincher se había convertido en el niño mimado del nuevo cine americano, y nada mejor que una historia interesante y atractiva que necesitaba del talento de un ágil artesano cinematográfico que supiera darle forma a todas las trampas y giros del guion, escrito de manera precisa a cuatro manos por John Brancato y Michael Ferris, para demostrar que el éxito obtenido dos años atrás no había sido obra de la casualidad.
Para hacer realidad el proyecto, Fincher obtuvo la ayuda directa de Jonathan Mostow, Ceán Chaffin y de Michael Douglas, que se involucró en el proyecto no solo en el papel de Nicolas Van Orton, sino en el área de producción no acreditada, así como de la distribución y compromiso de PolyGram. Luego de una traumática relación durante el desarrollo del proyecto, Jodie Foster fue sustituida por Sean Penn para dar vida a Conrad y se contrató a Deborah Kara Unger como la contrafigura, además de James Rebhorn y Armin Mueller-Stahl como secundarios de lujo.
Ya con el staff dramático asegurado, Fincher se lanzó en una frenética fotografía principal a lo largo de 4 meses por California y parte de México donde puso a prueba todo su potencial como cineasta. Y el resultado fue más que sobresaliente al idear un magnífico y calculado juego de niños depravados donde llevó al protagonista a los límites absolutos de la razón y la lógica, manteniendo un ritmo trepidante y sostenido, y haciendo gala de una magnífica puesta de escena y una impresionante selección de planos que luego sería su marca de fábrica distintiva a lo largo de toda su memorable carrera.
Tan brillante como el payaso de madera
“The Game” sobresale en todos sus departamentos gracias a una historia sólida y muy bien hilvanada que no cae en el manido recursos de simples “bromas pesadas”, sino que lleva al personaje de Douglas por una espiral de auténtico ataque psicológico hasta las puertas del suicidio (aquí hay que aplaudir al equipo de producción que mostraron la serie de pruebas psicopatológicas-cognitivas que le aplican al personaje de Nicolas Van Orton y explican de manera admirable la actitud del protagonista ante la vida y la resolución del genial plot-twist).
“una banda sonora sencilla pero desquiciante de Howard Shore a ritmo de sencillas notas de piano que parecieran resonar en la mente perturbada de Nicolas van Orton”
Tanto la excelente dirección de fotografía de un inspirado Harris Savides como la compacta y bien moldeada edición de James Haywood se combinan con la puesta de escena de Fincher, que maneja a la perfección los delicados hilos de la trama destacando cada departamento, todos ellos tan brillantes como el inmortal payaso de madera que aparece en el filme acompañados, además, de una banda sonora sencilla pero desquiciante de Howard Shore a ritmo de sencillas notas de piano que parecieran resonar en la mente perturbada de Nicolas van Orton.
Michael Douglas, que en su momento declaró que el guion de esta película era uno de los mejores que había leído en toda su carrera, brilla con intensidad en el papel de un millonario gris y anodino obligado a salir de su zona de confort y maniobrar como un delicado funambulista a lo largo de 120 minutos de pesadilla. Un correcto Sean Penn le da el peso necesario como víctima/instigador del relato, mientras que Deborah Kara Unger actúa como una auténtica “inside woman” moviendo cada resorte emocional gracias a su carisma y explosiva belleza en pantalla, y no olvidemos a James Rebhorn, en uno de sus mejores papeles actuando como la palanca de cambios dentro de este descontrolado auto de carreras cinematográfico.
Un filme de culto debidamente rescatado
A pesar de ser un éxito en taquilla, la película pasó algo escondida para el público y la crítica, tal vez debido a que “Se7en” dejó una vara extremadamente alta de rebasar y todos esperaban algo igual o más impactante.
“Luego de más de 25 años después de su estreno, The Game está considerada una película de culto debidamente rescatada”
Para Fincher esta película significó el último golpe de gracia que debía darle a la barricada de los estudios para demostrar que era alguien a quien se debía tomar en cuenta y que merecía toda la confianza (en especial en el final cut, cuando años después Fincher aseguró que el fracaso de “Alien 3” se debió a que el estudio se negó a darle libertad creativa en postproducción), esto quedó patente con esa genialidad llamada “El Club de la Lucha” (1999) que dos años después vendría para derrumbar por completo al establishment hollywoodense y a situar a Fincher en un merecido nicho dentro del panteón de los inmortales del séptimo arte.
Luego de más de 25 años después de su estreno, “The Game” está considerada una película de culto debidamente rescatada, y si bien pudiera estar opacada por otras grandes obras de Fincher, para este servidor es sin duda una de las grandes razones que me hacen levantarme cada mañana para enfrentar ese otro juego cruel y despiadado que llamamos vida.