Crítica: ASH

Flying Lotus da un giro de 180º para su segundo largometraje, algunos incluso, hablarían de una traición a las raíces de ese cine transgresor que tanto llamó la atención en su ópera prima “Kuso” (2017) primero y que tuvo continuidad en su paso por la desgastada franquicia de “V/H/S” con el segmento Ozzy´s Dungeon perteneciente a “V/H/S 99” (2022). Para “ASH” (2025), el director y compositor deja de lado la experimentación para ofrecer un título extremadamente típico y tópico dentro del subgénero del terror espacial. 

“ASH” sigue a pies juntos la estela marcada por los grandes referentes del terror espacial moderno tomando como punto de partida tanto el cine como los videojuegos. Para los cinéfilos, la referencia más evidente es esa rara avis que es “Horizonte Final” (1997) dentro de la aberrante filmografía de Paul W. S. Anderson. De ella, Lotus coge lo suficiente en clave visual para darle el oportuno envoltorio a un todo que en el fondo, bebe aun más de otra no tan reconocida pero igualmente deliciosa y siempre reivindicable obra como la genial “Pandorum” (Christian Alvart, 2009). Pero que nadie se empiece a tocar los bajos aun, “ASH” no alcanza ni por asomo las cotas de calidad de ninguna de las dos. 

Pero como digo, no nos quedamos solo en el ámbito cinematográfico, pues “ASH” coge mucho prestado también del mundo del videojuego. Títulos como “Dead Space” o “The Calisto Protocol” se tornan tan evidentes especialmente, en el segundo pasaje de metraje, que alguno puede ponerse incluso “colorao”. Segundo tramo, por cierto, que es donde “ASH” intenta (lo consigue por momentos) remontar el vuelo después de una primera mitad que vive única y exclusivamente del ensordecedor eco de sus referentes y de una vistosa puesta en escena, teniendo entre manos una de esas películas a las que les cuesta arrancar y que saben sacar rédito de ese “de menos a más” para parecer, valga la redundancia, más de lo que por méritos propios en realidad son. 

Al guionista Jonni Remmler agradecerle el intento de buscarle una vuelta de tuerca al guion y de intentar sorprender al espectador. Lo consigue a medias, en una segunda mitad bastante imaginativa pero terriblemente lastrada por lo mal desarrollada que está la idea hasta llegar a dicho punto, convirtiendo una historia relativamente sencilla que vuelve a versar sobre las miserias de la memoria (o la pérdida de esta) tal y como ya hiciera “Pandorum” (of course) y las muchas posibilidades narrativas que esto pone sobre la mesa y que “ASH”, llevándola a terrenos fértiles donde plantar la semilla de lo inesperado y sin perder nunca de vista el público objetivo al que está dirigida la propuesta (es decir, uno muy afín a la causa), no termina de recoger los frutos esperados debido, como digo, a lo confuso que por momentos todo se torna para terminar distorsionando el concepto en su conjunto. 

Lo peor de la película sin duda se lo lleva el horrible casting. Entra en escena aquí la figura de Eiza González y su absoluta incapacidad de ofrecer la más mínima emoción (cinematográfica) al espectador. Demasiado preocupada en poner cara de “estás deseando comerme la boca... y lo sabes” como para plantearse siquiera ponerse a interpretar. Flying Lotus es igualmente consciente de ello, potencial instigador incluso, por lo que se recrea en esos labios carnosos y esa boca entreabierta a jornada completa, amén de en las muchas curvas de la muchacha como si de un videoclip de la MTV se tratase. En lo sonoro, el director, que también música la obra, como suele ser habitual, también pone de su parte con una banda sonora a base de electrónica que si bien se deja escuchar y no está exenta de coherencia dentro del contexto de exploit videoclipero, en clave de terror y atmósfera aporta más bien poco. 

Aaron Paul es otro que tal baila. A este le sonó la flauta gracias al éxito y en mi opinión, desorbitado reconocimiento a “Breaking Bad” (2008 – 2013) y desde entonces ha “vivido del cuento”. Un actor de escasos registros y dudoso carisma a la hora de abordar papeles protagónicos a quien una vez más, la empresa le queda grande en una película en la que dos únicos actores copan el 90% de la cuota de pantalla (con el mencionado handicap que el otro es González). En clave actoral, la única buena noticia que ofrece “ASH” es la posibilidad de reencontrarnos con otro limitado en lo interpretativo pero muy sobrado en otras artes (las de repartir hostias como panes) como Iko Uwais. Y sí, aquí también reparte, amenizando con sus apariciones un metraje que en ocasiones se hace bola (en especial en su primera mitad) y que a pesar de manejar un guion simpático y estar claramente enfocado a paladares muy cafeteros, la nula química entre los dos descafeinados actores principales, la exasperante divagación y repetición de flashbacks, así como el confuso montaje, lastran una experiencia que, con una pincelada aquí y una pincelada allá, se podría haber convertido en una de las grandes tapadas del año para los amantes de ese delicioso binomio que forman (o suelen hacerlo) el terror y la ciencia ficción. No ha sido el caso. 

Lo mejor: Los FX y el intento de ofrecer una historia “fresca” dentro de una galaxia tan explorada como la que orbita. 

Lo peor: Eiza González, Aaron Paul y el desastroso montaje.