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Channel: NIDO DE CUERVOS. Cine fantástico y de terror
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Crítica: The Act Of Killing

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Este espeluznante documental abre con una cita de Voltaire (“Todos los asesinos son castigados, a menos que maten en masa, y bajo el sonido de trompetas”, traducción libre que hago yo), que da paso a unas bailarinas que emergen de la boca de un pez gigante, un cura vestido de negro y un hombre en un estridente azul eléctrico que conducen un servicio estático al pie de una cascada, mientras la voz de un director les grita: “¡Sonreíd! ¡No dejéis que las cámaras os saquen mal!”. La cinta termina con el sonido de alguien vomitando su alma, un terrible gruñido, un aullido; como un demonio angustiado que se retuerce dentro de un cuerpo frágil. Entre ambas escenas, nos encontraremos mirando al abismo donde un horror innombrable y una locura totalmente mundana se entrecruzan en el equivalente existencial de un Colisionador de Hadrones – realidad y ficción encontrándose cara a cara con devastadores resultados. 

En el despertar de un fallido golpe de estado en Indonesia a mediados de los años 60, más de un millón de personas fueron asesinadas en un sacrificio anti-comunista. Muchos de los asesinatos – y las persecuciones posteriores – fueron llevados a cabo por gangsters que no sólo habían escapado de la acusación, sino que además eran jaleados como héroes locales. Intentando entender el legado abierto de estas atrocidades sin castigo, el realizador Joshua Oppenheimer no sólo entrevista a los asesinos (cuyas acciones no se ocultan para nada) sino que les pide que escenifiquen reconstrucciones dramáticas de sus (no) crímenes, para “crear escenas sobre las muertes de la manera que quieran”. 

El título, The Act of Killing, encapsula esta dualidad, no sólo examinando la terrible realidad del asesinato, sino también reconstruyendo el acto, como un espectáculo. Como alguna versión real y horrenda de Man Bites Dog (1992), nos pasaremos las siguientes dos horas y media en la compañía de los asesinos en masa mientras ríen y hacen bromas, alegremente reviviendo su pasado cruel y sanguinolento en una forma que es a la vez insana y penosamente doméstica. 

“Era como si estuviéramos matando… felices”, dice el anciano Anwar Congo, recordando el auge de su legítima matanza, demostrando que la manera más fácil de estrangular a un hombre es con un trozo de cable y un taco de madera. Decapitaciones reconstruidas con maquillaje barato y decorados sangrientos, hígados entregados como alimento a cabezas muertas con la boca abierta. Las películas son un tema constante de conversación en el documental, con las técnicas y los trucos de moda de los iconos bandoleros de Hollywood que ofrecían inspiración perversa a chaperos cuyo mantra es que la palabra “gangster” significa “hombre libre”. Viéndose a sí mismos en las escenas ya grabadas, comentan que un asesino profesional nunca debería haber salido con pantalones blancos para hacer un trabajo, y se da una discusión sobre la influencia de las películas sádicas que estas estrellas quiero-y-no-puedo prometen superar. 

Más sorprendente todavía es la recreación de un ataque en un pueblo dónde familias fueron expulsadas de sus casas o quemadas dentro de éstas y sacrificadas a cuchillo. O incluso durante la filmación, como uno de estos personajes se jacta sobre la violación de niños en términos que no pienso repetir. En este punto, parecemos haber encontrado el nadir de la condición humana, el mismo centro de la oscuridad. Pero en medio de este horror, algo empieza a nacer en la cabeza de los asesinos; la idea de que quizá lo que hicieron estuvo mal. De manera crucial, todo empieza con apariciones. 

“No deberíamos ser despiadados”, dice el líder de la juventud Pancasila, tras ver una multitud aullar fustigándose en un frenesí de hachas. “No debería parecer que queremos bebernos la sangre de la gente – eso es peligroso… para la imagen de la organización”. Lenta pero inexorablemente, el poder del drama, y el poder de las imágenes; empieza a hacer mella. “Nunca pensé que se vería tan mal”, dice un testigo que apenas pestañea ante el asesinato real, pero que está terriblemente conmovido por la recreación ficticia. El revertir de los roles añadido al impacto, con asesinos haciendo de víctimas en diferentes escenas, dando traspiés hacia algo que parece empatía, viendo sus acciones como por primera vez – finalmente reales, sólo con lo irreal, con la ficción. 

Intercalado con este footage desgarrador se encuentran las secuencias musicales, surreales; donde fantasmas de los muertos se aparecen al pie de la cascada para dar las gracias a sus asesinos por haberles enviado al paraíso; incluso en estos momentos alucinógenos, Alejandro Jodorowsky no podría haber soñado unas imágenes tan inquietantes. Hay ocasiones en las que estas secuencias parecen sacadas del Inferno de Clouzot, mientras que un extracto de un programa televisivo muestra a gente aplaudiendo las masacres como una sátira de Natural Born Killers. El sello de aprobación del productor ejecutivo Error Morris y de Werner Herzog, personifican tanto el realismo como la metafísica poética de la forma de este documental. 

No es una cinta fácil de ver, no sólo por la aparente complicidad y cooperación de aquellos que infligieron tremendo caos inhumano – la palabra “Anonymous” parece frecuente (y ominosamente) en los créditos. Sino quizá también por esos momentos fugaces de auto-comprensión que son justificación suficiente, las voces molestas de duda que ofrecen un destello de esperanza: “Matamos a mucha gente y no fuimos nunca castigados”; “Incluso Dios tiene secretos”; “No todo lo que es verdad es bueno”; “¿Habré pecado? Desde el fondo de esta vasta enfermedad surge la voz infinitesimal de la conciencia de uno mismo – el eco distante de una consciencia largamente olvidada, capturada en cámara el momento de su nacimiento. Tras 160 minutos, estaba perpleja.



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