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Channel: NIDO DE CUERVOS. Cine fantástico y de terror
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Crítica: The Quiet Ones

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En 2008, los fans del terror británico de la Edad de Oro recibieron una noticia para celebrar. La productora Hammer, la legendaria factoría del horror que trajo a la vida historias de miedo góticas tan impresionantes como La maldición de Frankenstein (1957) o Drácula (1958) con Christopher Lee y Peter Cushing; anunciaba que le quitaba el polvo a sus telarañas, sacaba las estacas de la cripta y volvía al negocio con el hombre del saco. Por el momento, sin embargo, el estudio ha conseguido obtener resultados variopintos (Let me in, 2010; The woman in black, 2012). 

Desgraciadamente, el último refrito de la Hammer no mejora esta trayectoria irregular. Dirigido por John Pogue (Quarantine 2: Terminal), The Quiet Ones es una historia sobre posesiones retro que será recordada por su elegante escenario setentero (patillas a lo Curro Jiménez que te cogen toda la cara y canciones de T. Rex y Slade en la banda sonora) y una deliciosa y siniestra interpretación de Jared Harris; pero no por su historia. Harris, que es lo mejor de la película o lo único bueno de la misma; es Joseph Coupland, un ambicioso, espeluznante y algo repulsivo profesor de Oxford que enseña psicología anormal. Su último experimento es una jovencita poseída que se llama Jane Harper (Olivia Cooke en Bates Motel) quien hace de canal con su demonio interior a través de una muñeca a la que llama Evey (o Ivy o algo así). 

Cuarenta años atrás, Peter Cushing hubiera interpretado este papel de científico loco mientras dormía – y haber provocado pesadillas en los que le vieran. Pero Harris demuestra que él quiere superar el reto y le da al personaje de Coupland un filo seductor de amenaza juguetona. Ningún otro actor en el mundo moderno exhala el humo de un cigarrillo con el mismo gozo diabólico que Harris. El profesor enrola a dos de sus más prometedores estudiantes (Erin Richards, la chica un poco ligera de cascos – Krissi y Rory Fleck-Byrne, que va más caliente que el palo de un churrero – Harry) para asistirle en el experimento junto a un cámara local llamado Brian (Sam Claflin en Los Juegos del Hambre) cuyo trabajo es grabar los sucesos extraños que ocurran y no hacer preguntas. 

Así de primeras, Brian se caga por la patilla con la habilidad de Jane de hacer explotar bombillas telequinéticamente, vomitar guarrerías sobrenaturales y actuar como si fuera Carrie el día de su graduación. No me malinterpretéis, ¿quién no? Pero poco a poco le va cogiendo apego, se vuelve compasivo; porque parece que es el único que no aprendió la lección que todos conocemos desde hace eones: normalmente, las chicas pálidas y siniestras en camisones blancos con pelo largo y lacio, que además llevan muñecas en sus brazos no son las chicas con las que meterse. Harris sabe que los sentimientos de Jane y Brian podrían contaminar el experimento y no está contento. ¿O sí…? 

Tras ser expulsado del campus por sus métodos no ortodoxos, Coupland y su cuadrilla del exorcismo se dirigen a una remota finca vieja como el hambre donde la posesión de Jane escalará a otras cotas, la conexión con Brian se hará más y más profunda y Harris podrá retorcerse el bigote haciendo lo mejor que puede para mantener el show de terror resonando. 

The Quiet Ones tiene al menos una excusa para la sobreutilización de planos inestables y trémulos: Brian está grabando los eventos para la posteridad. Aun así, no es un found-footage ni mucho menos, los tipos de planos se van sucediendo el uno al otro; para dar un respiro (al menos a mí). La técnica ésta de estar grabando y que todo salga movido se ha convertido en todo un cliché estilístico del género que necesita jubilarse ya. Así que a pesar de algún que otro susto y saltito barato (aunque un poquito efectivo), no hay nada para los fans del género que no hayan visto cien, mil o un millón de veces en películas de las que ya hemos hablado en el blog, y mejor. The Conjuring, Insidious son dos ejemplos que le dan mil patadas. O por mencionarlo también, cualquier película de la Hammer de los 50 y los 60.



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