Siempre es un placer, más aun en los tiempos tenebrosos que corren, pasarse de vez en cuando así como quien no quiere la cosa por el club de “Remakes que superaron a su original”. Si recientemente tuve el honor de flirtear con la deliciosa versión de Chuck Russell de “The Blob”, hoy me toca hacerlo, pese a mi marcado carácter monógamo, con otra erotizante reimaginación de uno de los clásicos por definición del terror y la ciencia ficción de los 50 como fue “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (“Invasion of the Body Snatchers”, Don Siegel, 1956).
Al igual que la película de Siegel, “La Invasión de los Ultracuerpos” dirigida en 1978 por Philip Kaufman, está basada en la novela de Jack Finney, una fascinante anomalía en una filmografía, la de Kaufman, que nada ha tenido que ver con el fantástico, al menos como director, pues bien conocida es su implicación en labores de guionista en el universo del arqueólogo aventurero más famoso de la historia del cine, trabajando tanto en “En Busca del Arca Perdida” (“Raiders of the Lost Ark”, 1981), “Indiana Jones y la Última Cruzada” (“Indiana Jones and the Last Crusade”, 1989) como en la más reciente y triste (por no usar un término menos generoso) “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal” (“Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull”, 2008).
“La Invasión de los Ultracuerpos” no solo forma parte del club de “Remakes que superaron a su original”, también del de las películas más aterradoras que haya dado nunca el género. Kaufman se destapó aquí, como todo un maestro en el arte de la perturbación, rodando un filme realmente incómodo para el espectador y lo hizo además, sin necesidad de grandes florituras (si se me permite el chiste fácil), por eso, hablar de “la Invasión de los Ultracuerpos”, es hablar de cine en estado puro, sin adictivos de ningún tipo más allá del talento puro y duro de un cineasta que consigue sacar hasta la última gota de zumo de la naranja para dar forma a un relato fascinante y sobrecogedor del primer al último minuto de sus casi dos horas de metraje.
Una de las cosas que siempre me han maravillado más de la película, es sin lugar a dudas el asombroso partido que se le saca a la perturbadora banda sonora compuesta por el efímero Denny Zeitlin a lo largo de la misma. Esto puede degustarse ya en la mítica secuencia de créditos, donde apoyado en la genial banda sonora, Kaufman consigue convertir unos a priori “inocentes” primeros planos de la comunión entre esporas llegadas del espacio y flores terrestres, en todo un ejercicio de terror cinematográfico en estado puro. Sonoridades frías y minimalistas, que adentran al espectador en ese San Francisco opresivo y sombrío en el que Kaufman nos “invita” a entrar para luego cerrar la puerta con llave detrás de nosotros, arrojarla por el retrete y abandonarnos a nuestra suerte.
Una suerte que supura suspense por todos los poros y que nos adentra en un juego donde la paranoia toma el control de las operaciones en el mismo momento en que Elizabeth (Brooke Adams), despierta una mañana y ve en su marido, a un perfecto desconocido, que comienza a comportarse de forma extraña y a reunirse de forma clandestina con otros desconocidos. Este es el punto de partida de esta vuelta de tuerca con reverso fantástico de las tradicionales historias conspiratorias que es “La Invasión de los Ultracuerpos”. De ahí en adelante, una frenética y vertiginosa bajada sin frenos por alguna de las grandes pendientes de San Francisco. Al volante, un superlativo (como siempre) Donald Sutherland y algún que otro secundario de lujo como Jeff “Mosca” Goldblum o Leonard “Spock” Nimoy.
Si la banda sonora hiela la sangre, sobrecogedor el uso que hace Kaufman de la cámara, como si estuviera haciendo el amor con ella, recorriendo cada centímetro de su sinuosa figura y recreándose en ello, tomándose su tiempo para conseguir que cada plano, por cotidiano que este pueda parecer, degenere en algo perturbador. Es sorprendente, como una película de ritmo tan pausado como esta, puede llegar a resultar tan dinámica... hay que quitarse el sombrero ante la capacidad narrativa de la que hace gala el director en todo momento y es que más allá de su escalofriante puesta en escena, esta revisión consigue que empaticemos con todos y cada uno de los protagonistas y por extensión, que hagamos nuestros todos sus temores. Esto se ve mucho más claro si cabe, si entramos en comparaciones con la horrible versión dirigida por Oliver Hirschbiegel y James McTeigue, “Invasión” (“The Invasion”, 2009), completamente carente de la gran capacidad de incomodar que tenía la cinta de Kaufman.
Pese a la evidente sobriedad del filme, más preocupado en generar sensaciones a base de insinuaciones y del lado más psicológico del relato, la película hace gala de unos efectos especiales superlativos, alcanzando la cúspide en la mítica secuencia del jardín, donde Matthew (Sutherland) intenta ser copiado por una serie de vainas cuando se queda dormido bajo la luz de las estrellas.
Por ello, “La Invasión de los Ultracuerpos” es otro de esos revisionados obligados para cualquier amante del terror, la ciencia ficción e incluso el suspense. Una película inquietante que deja de lado las connotaciones políticas de la cinta de Siegel para centrarse en el terror puro y duro para la cual, parece que no han pasado los años y que a día de hoy, mantiene intacta toda la esencia que la hizo grande en su día y título de culto en los nuestros. Técnicamente sobresaliente, con una banda sonora efectiva como pocas y un pulso narrativo lento, pero ajeno a cualquier tipo de especulación en una historia en la cual no dejan de suceder cosas desde esa oda macabra que son sus títulos de crédito, hasta la mítica secuencia final que inmortalizó al gran Donald Sutherland y que hoy, casi cuarenta años después de su concepción, sigue poniendo los pelos de punta.
Como curiosidad para terminar, recordar el pequeño cameo realizado por el actor Kevin McCarthy, protagonista de la película de 1956, quien aquí da vida en una de las secuencias más escalofriantes del filme, al desconocido que se arroja contra el coche conducido por el personaje de Sutherland, advirtiéndole del peligro que corren, al igual que hacía al final de la primera película. De la misma forma, la actriz Veronica Cartwright (una de las protagonistas de la cinta), tendría también una pequeña aparición en la infame “Invasión”.
La secuencia: No hay duda posible, hablar de “La Invasión de los Ultracuerpos”, es hablar de un gesto, de una mirada, de un dedo acusador y de un grito. No obstante, siempre me ha hecho gracia la curiosa composición que Kaufman nos regala justo al morir la secuencia de créditos iniciales, en la cual, un sacerdote se balancea en un columpio junto a unos inocentes niños en un parque. Muy acorde con el perturbador tono y enrarecida atmósfera del filme.
Lo mejor: Técnicamente impecable, con una fotografía y una banda sonora que quitan el hipo, por no decir que hielan la sangre, amén de unos fx superlativos. Su gran facilidad para incomodar con muy poco y por supuesto, la inolvidable secuencia final.
Lo peor: Lo he intentado, pero de momento, no se me ocurre nada.