Qué difícil es la vida del guionista en el mundo del cine. Vale, todo depende del color del cristal con que se mire, y la verdad es que la industria en los últimos años no ha dado muestras de que esa afirmación esté bien fundamentada. Entre remakes innecesarios y adaptaciones aún menos esperadas… ¿cuántas veces hemos dicho que parecía que la originalidad había muerto? Sin embargo, ¿es culpa de los guionistas y por extensión de los cineastas o de los productores y su maquinaria?
Pero más allá… ‘Beyond’, para darle una apariencia snob al inicio de esta reseña… -comprenderlo, el verano y el calor hace daño a mis ya de por sí maltrechas neuronas… - de remakes y adaptaciones, el género de la sci-fi y el terror ha caído en una tendencia no muy… ¿creativa? que digamos como es la de transformar o distorsionar cuentos clásicos de nuestra niñez, y así hemos tenido por doquier Blancanieves, Caperucitas, gemelos golosos y demás fábulas que poblaron nuestra infancia. Vamos, al estilo de versionar éxitos al cine porno, jejejejjeje…
Pero dentro de esta obviedad que estoy soltando nos encontramos con un detalle que puede pasar más desapercibido y es el que nos lleva a esta película en concreto, o mejor, a la cinematografía de origen de la misma. Y es que si Hollywood en eso de… sí, podemos decir ‘costumizar’ los cuentos a su antojo y conveniencia comercial parece la reina lógicamente por capacidad de producción, Corea del Sur en realidad por proporción debería ostentar el título ya que en la última década nos hemos encontrado con revisiones de “Los zapatos rojos” de Andersen, otros Hansen y Gretel anteriores incluso a los norteamericanos, una Alicia, una actualizada Blancanieves y hasta un par de Cenicientas. Y claro está, ahora un “Flautista de Hamelin”. ¿Sorprendente, verdad?
Como modesto conocedor de este país, cultura y cinematografía la razón podría ser achacable a su afán por mantener una imagen límpida, irreal casi, nunca mejor dicho y convenientemente, de fábula, que esconda otras miserias y sobre todo ese miedo a ser feliz de su pueblo, hipócrita y moralista, pero aquí no estamos para ejercer de antropólogos, sociólogos o sicólogos, así es que vayamos con el film en sí.
Como película de terror, “The piper” tiene muchos defectos, empezando por el que últimamente está socavando al género como es el de la ausencia de capacidad de transmisión, es decir, el que espere verse mordiéndose las uñas o cubriéndose con una sábana para aislarse de la película va apañado. Y ya no solo es ese mal generalizado, agudizado si cabe si nos circunscribimos a la filmografía surcoreana donde es muy común confundir thriller con terror, es que la concepción como film provoca que nos posicionemos lejos del mismo, lo que por otro lado tampoco está mal. Me explico.
Partiendo de una fábula tan popular –aquí no se esconde el origen y se sigue al principio casi palabra por palabra lo escrito por los hermanos Grimm-, la primera parte de la película no quiere alejarse demasiado del espíritu recurriendo a conceptos por otra parte tan impropios del género como la ternura, presentando personajes y situaciones más al uso de la comedia que impera en el país que a lo esperado. Nos encontramos con un par de escenas truculentas con tal de no perder la perspectiva totalmente, pero se intenta sacar rédito a un pedazo de actor como Ryu Seung-Ryong, uno de los actores más versátiles que ha dado no solo Corea del Sur sino Asia.
Los más desconfiados y perspicaces sospecharán que se allana el terreno para lo que vendrá en la segunda parte y sí, la verdad es que tampoco se esconden y la relación padre-hijo e incluso la afectiva-romántica con el personaje de la chamán, al saltarse el hilo argumental deja a las claras “segundas” intenciones. Sin embargo, empezando con las conclusiones, cuando lo “esperado” logra no bien sorprenderte pero sí alcanzar los efectos buscados no solo lo previsible pasa a un segundo plano sino que adquiere otra dimensión. La dirección del debutante Kim Kwang-Tae resulta extremadamente plástica, sensible y certera cuando se intenta, como digo, tocar la fibra, y contundente cuando hay que dejarse llevar. Y de esto, la segunda parte es un torrente contra el que es difícil luchar.
Ya había avanzado que el film en la primera hora nos regala un par de escenas escabrosas, todo un indicio de lo que vendría después. Sin pudor y con a veces una violencia que los más remilgosos pueden tachar como ‘gratuita’, Kwang-Tae se apoya por un lado en la irracionalidad del ser humano y en sus más bajos instintos, y por otro en esa aversión tan generalizada hacia los roedores (musofobia) para ofrecernos un festival no, obviamente, para todos los públicos.
La mezcla de sensaciones que para bien o para mal no dejan indiferentes junto a unos efectos especiales representados por la legión de roedores nada desdeñables, ofrece un espectáculo que es cierto que se hace esperar para los que buscasen solo contenido de género, pero que a pesar de la ruptura con lo mostrado, paradójicamente resulta bien integrado.
Unas pocas pinceladas de ese humor tan autóctono como el salpimentado por un erotismo chusquero, referencias constantes a la guerra que azotó el país, una fotografía cuidada y una banda sonora de primer orden, como corresponde a una producción de este origen, cierran el círculo de una producción técnica y artística impecable.
Para cerrar la reseña, un par de objeciones bajo mi modesto punto de vista: girando sobre ese eje central como es la relación padre-hijo es una lástima que no se haya sabido sacar más partido a la del jefe de la aldea con su ‘retoño’. Podría haber surgido de ahí algo grande. Eso, y el epílogo que en cierta forma viene a darme la razón sobre lo que decía al principio de los surcoreanos y su no-búsqueda de la felicidad. Ahí lo dejo.
Resumiendo, “The piper” es un cocktail de géneros, bien equilibrado y efectista. Fabula sí, pero adulta y perversa.