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Crítica: La Piel Fría

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Hubo un tiempo en que los fríos sólo podían nadar. Dentro del agua establecían sus propias reglas y ni siquiera Neptuno imponía sus normas para convivir con ellos. Los fríos no buscaban víveres o un asentamiento estable, ni si quiera querían hacerse con el control marino, ellos sólo querían que su corazón nunca se calentase y que bombeara con fuerza pero frío, siempre frío, porque el frío es lo que les hacía continuar sin necesidad de entender que hay determinados momentos en los que el agua ya no es un elemento fiable, hasta que un día decidieron salir a la superficie...

“La piel fría” es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Albert Sánchez Piñol por parte del director francés, Xavier Gens (“Frontiers”, “The Divide”), esperada y deseada por todos los seguidores del cineasta y por todos los fans de la novela. Teniendo en cuenta que me encuadro en ambas categorías, el estreno de la película en el festival de Sitges era una de mis grandes apuestas. Si gané o perdí, tendréis que decidirlo vosotros cuando leáis esta crítica y por supuesto, cuando veáis esta película. Por lo pronto os diré que salí satisfecha de la proyección.

Siempre que hablamos de adaptaciones, entramos en terrenos de fácil acceso y complicada salida, hay que tener en cuenta que la palabra escrita provoca una inevitable relación con el lector dónde se le obliga a proyectar toda su imaginación en cada párrafo, así un escritor se convierte en un creador de vidas, pero el lector es quien realmente da sentido a esas vidas y les permite el movimiento. Cuando leemos una novela, no sólo nos hacemos una imagen mental de cada personaje y cada paisaje, sino que incluso somos capaces de ponerles voz y dotarles de alguna característica de cosecha propia que complementa lo escrito por el autor.

El problema y la grandeza, por otra parte, es que hay tantas imaginaciones como lectores y que cada uno tiene un universo reservado para los personajes que puede o no compartir con el resto de lectores e incluso con el propio escritor. Hay quienes recrearon mentalmente lo escrito por Sánchez Piñol de una manera y hay quienes lo recrearon de otra. Ocurre lo mismo con la importancia que se le de a los hechos descritos, para unos lo importante será la parte más lovecraftiana del relato y para otros será la conexión de dos protagonistas para entender el mensaje. Xavier Gens se encuentra entre los que entienden el relato como una historia de aventuras siniestras, con el mar como tercer protagonista.

No cabe duda de que la factura técnica de “La piel fría” es la gran baza de esta película. Es indiscutible la calidad en la fotografía, de los encuadres, del montaje, de los paisajes, de los contrastes, de la magnífica banda sonora y de los efectos especiales. Todo cuidado con mimo para que la experiencia sea grandiosa y que el sabor de boca del espectador sea frío pero muy agradable. Está claro que con esta calidad de escenas, ya se tiene parte del éxito asegurado, porque si no funciona por el mensaje que se quiera trasladar, funcionará como película de aventuras de gran factura.

Exactamente esta es la apuesta, la acción y la reacción. La acción nos la traen las criaturas marinas a las que los dos protagonistas tendrán que hacer frente cada noche. La reacción corre a cargo de los personajes humanos, el oficial atmosférico y Gruner (Batis Caffó en la novela). Es en la reacción donde vamos a encontrar el viraje de Gens respecto a la novela. En la novela se ponía en cuestión la condición humana y su grado de crueldad con los que consideraba más débiles, el inevitable enfrentamiento entre el bien y el mal donde no quedaban claramente delimitadas las posiciones humano-monstruo, el diálogo como único camino exitoso en el enfrentamiento y la necesidad de compañía de cualquier ser humano, tanto física como psicologicamente.

En “La piel Fría”, Gens se pasa por el forro todas estas consideraciones más sentimentales, por decirlo de alguna manera, para indagar más en el ataque nocturno como herramienta para generar la tensión que debe acompañar a la frialdad que tanto novela como película supuran. Esto no es bueno ni malo, es diferente y es una opción válida. Las relaciones entre personajes, ya sean el hombre (voy a llamarle así porque tanto en el novela como en la película, nuestro protagonista no tiene nombre) vs Gruner, como Gruner vs Aneris (el especimen femenino de ser marino sin identificar que “convive” con ellos), o el hombre vs Aneris (Sirena al revés) quedan en un segundo plano y no se profundiza demasiado en ellas, como sí ocurre en la novela, para poner todo el foco en la acción. De esta manera, es complicado poder empatizar con el hombre como debiéramos (como sí ocurría en la novela) y entender su comportamiento tanto con el antagonista Gruner, como con Aneris.

Entiendo que al final todo se basa en diferentes posturas ante la novela, diferentes entendimientos de lo que supone el faro en esa isla perdida o diferentes lecturas, pero no puedo negar que en los créditos finales, aún con la orquesta sonando de fondo, yo pensé que la maravilla técnica que había visto podía haberse convertido en maravilla general con un guión que profundizara más en estas relaciones a las que me refería en el párrafo anterior y así evitar la sensación de bucle sin ninguna finalidad que se percibe en un determinado momento de la película.

Es necesario destacar la gran labor de efectos especiales, tanto artesanos como CGI, que salvo un desliz en una de las criaturas marinas al final de la película, no es para nada evidente. En cuanto a ese maquillaje, sobresale la labor de los artistas que hacen que Aura Garrido pueda desenvolverse como pez en el agua en la piel de Aneris, quien pese a los kilos de látex y las lentillas, es capaz de transmitir esa mezcla de inocencia, ternura, sufrimiento y curiosidad de la Aneris que todos habíamos imaginado. Destaca también la actuación de Ray Stevenson (nuestro querido Teach de “Black Sails”) como Gruner donde demuestra que se sabe calzar muy bien los zapatos del perdedor huraño que necesita una finalidad en la vida a la que aferrarse para sentir que aún queda vida en él, aunque dicha finalidad carezca de sentido. Lamento, eso sí, tener que discrepar con el director de casting (Diego Betancor) en la elección del actor protagonista, David Oakes, quien no está a la altura de su personaje. Eso hace que brille más en la narración el personaje de Gruner, algo que nunca debería haber ocurrido, pues Sánchez Piñol consiguió que fuéramos capaces de sentir la novela en primera persona, viendo a través de los ojos de su protagonista, algo que en “La Piel Fría” de Gens no ocurre y me temo que es debido a la incapacidad de Oakes para transmitir lo necesario o conseguir el más mínimo ápice de carisma.

Es innegable que estamos ante una película muy agradecida de ver que se adentra de forma efectiva en unos abismos marinos que Lovecraft podría haber hecho suyos perfectamente, saliendo muy airosa de una experiencia que debería haber dado más de sí, pero que entretiene y que sin llegar a conmover, muestra algo tan difícil y necesario para esta narración como es la humedad que se mete dentro de la piel y si bien es cierto que no llega a los huesos, la piel la deja fría, que después de todo es el propósito.

A los fríos no les gustó el tacto de la roca, pero lo suyo es suyo pensaron. En ese momento, las branquias se abrieron para dejar que el oxígeno del aire entrara de lleno en unos pulmones que parecían hechos para el mar. Lo que los viajeros de la tierra no sabían es que los fríos tenían tres pulmones y que uno de ellos nunca lo habían utilizado hasta entonces, algo significativo teniendo en cuenta que ellos eran la clave de la evolución. El tacto de la roca no era agradable, pero la calidez de la sangre humana les envolvía hasta llegar a adormecerles.



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