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Channel: NIDO DE CUERVOS. Cine fantástico y de terror
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Crítica: Tideland

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¿Qué pasaría si uniéramos la famosa premisa de Lewis Carroll con el ideario del loco de Gilliam? La respuesta es “Tideland” (Terry Gilliam, 2005), una obra que tristemente pasó desapercibida. Terry Gilliam es famoso -a parte de por haber sido miembro de los Monty Pyton- por obras de culto como “Brazil" (1985), “12 Monos” (1995) o “Miedo y asco en Las Vegas” (1998). Todas grandes películas, con un fandom al mismo nivel. Pero ya entrados los 2000 el realizador cometió el error de dirigir “El secreto de los hermanos Grimm” (2005), una película alimenticia cuyo único objetivo fue el de ser sustento para proyectos posteriores más personales y arriesgados. Esto logró que su publico renegara de él, ya que vieron que había sacrificado su estilo para hacer una película facilona destinada al mero entretenimiento. Por ello, cuando estrenó “Tideland”, muy pocos apostaron por ella y terminó siendo obviada de la cartelera.


“Si bien la trama en principio es sencilla, lo que le otorga un toque especial es el tratamiento que Gilliam le da al metraje haciéndolo parecer un cuento de hadas macabro” 


Entrando ya en la película, el argumento de “Tideland” sería una revisión de los cuentos de Alicia en el País de las Maravillas -aunque oficialmente está basada en una novela de Mitch Cullin-. La protagonista es Jeliza-Rose (Jodelle Ferland), una niña que acaba de quedar huérfana y aislada en una destartalada casa en mitad del campo. Allí seguirá tratando al cadáver de su padre, Noah (Jeff Bridges), como si estuviera vivo, y hará amistad con sus vecinos; Dickens (Brendan Fletcher), un hombre con la mentalidad de un niño, y su hermana Dell (Janet McTeer), una extraña mujer ciega de un ojo.  

Si bien la trama en principio es sencilla, lo que le otorga un toque especial es el tratamiento que Gilliam le da al metraje haciéndolo parecer un cuento de hadas macabro, llenando las escenas de imágenes bizarras y apabullantes -herederas de su fábula futurista “Brazil”-. 


“Punto a favor sería el hecho de que consigue envilecer los típicos ambientes infantiles, aunando lo más naíf con lo más perverso” 


La película además recurre a varios tópicos del género de terror, como la casa de madera abandonada, el ambiente endogámico y agresivo de los vecinos, la taxidermia y el embalsamamiento, o el uso de muñecas desmembradas. Lugres comunes que nos hacen recordar obras míticas como “Psicosis” (1960), “La Matanza de Texas” (1974) o “Las Colinas tienen ojos” (1977). Esto tiene relación con el hecho de que “Tideland” obtiene su significado por cómo está rodada y no por lo que cuenta; es una película que transmite más gracias a los encuadres y la fotografía -del genial Nicola Pecorini- que a los propios diálogos. Todos los tiros de cámara tienen una intención artística, que bebe en gran medida de las pinturas de Eward Hooper. Y poseen una poesía interior creada a través de los objetos, su decadencia, y el polvo y el óxido que lo impregna todo. 

Punto a favor sería el hecho de que consigue envilecer los típicos ambientes infantiles, aunando lo más naíf con lo más perverso. Esto queda patente en la extraña relación entre Jeliza-Rose y Dickens, una niña demasiado madura para su edad y un hombre que mentalmente no supera los 10 años. Sólo por este enfermizo juego, en el que Gilliam crea una situación vacía de significado a la que el espectador se ve obligado a dar una explicación demasiado oscura, se debe ver la película. Ya que siempre es divertido comprobar que en nuestro subconsciente hay mazmorras que ni nosotros mismos nos animamos a transitar. 


“si no consigues conectar como espectador con ella, lo más seguro es que no la veas terminar” 


Por último decir que “Tideland” no es una película que de miedo o sustos, pero es psicológicamente inquietante y muy cercana, a veces, a la paranoia. Es un filme difícil de comentar ya que posee demasiada fuerza en su ambientación, y no se separa ni un milímetro del estilo y la imaginación de Terry Gilliam. 

Destacable es el papelón que hace Jodelle Ferland, que con 11 añitos demostró ser todo un monstruo de la actuación -aunque ahora se halle en el mismo olvido que este título-. Pero todo ello se queda a medio camino, no sale de la mera anécdota, porque el realizador no consigue esbozar una idea clara del objetivo de su narración. Deja a un lado su perfil de fiero crítico, para crear un pequeño planeta vacío en su núcleo. He leído por ahí que a algunos se les hizo larga, y a otros les dio grima. La verdad es que, si no consigues conectar como espectador con ella, lo más seguro es que no la veas terminar.

Lo mejor: Que Gilliam se anime a ir creando un cine tan arriesgado, introvertido, personal y fiel a su estilo. 

Lo peor: Que, pese al masivo intento del realizador, queda más que patente que el presupuesto no estaba acorde con el concepto.



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