La capacidad autodestructiva del ser humano, no tiene límites. Fumamos, bebemos, nos drogamos, destrozamos nuestro hábitat, generamos guerras, creamos enfermedades, nos arrodillamos ante una cruz, votamos al PP... sin duda alguna, somos la criatura más estúpida de toda la creación. El apocalipsis lo sabe y siempre está ahí, acechándonos como el cazador acecha a su presa, escondido entre los matorrales, apuntándonos con sendos objetivos que escupen sus ojos y tatuando una diana sobre la piel del inocente cervatillo, sobre nuestra propia piel, la misma que frotamos en un intento desesperado por calentarnos cuando el gélido tacto de la culpa y el arrepentimiento, nos hiela la sangre por dentro. Somos mezquinos, unos más que otros, y el fin del mundo, está a la orden del día.
Joon-ho Bong lo sabe bien, el coreano ya lo relató, su apocalipsis particular, hace ocho años en la bombástica “The Host” (“Gwoemul”, Joon-hoo Bong, 2006) en un sentido homenaje al cine asiático catastrofista de monstruos y vuelve a insistir en cortar las cuerdas del destino con “Snowpiercer”, adaptación cinematográfica de la novela gráfica “Le Transperceneige” de los franceses Jean-Marc Rochette Y Jacques Loeb, co-producción entre Corea del Sur y los EEUU en la que el cineasta, vuelve a hacer hincapié en la nociva naturaleza del ser humano, quien en un intento desesperado de solucionar el problema del calentamiento global, generado por él mismo, expone el planeta a un gas experimental que termina por congelarlo todo y terminar con toda la vida sobre la faz de la tierra. Los últimos supervivientes, son aquellos que consiguen billete para un tren que jamás llega a destino, pues paradójicamente, lo que pretende es alejarse de él.
El propio Bong co-escribe el guión junto a Kelly Masterson (conocido por guionizar la exitosa “Antes que el diablo sepa que has muerto” (“Before the Devil Knows You´re Dead”, Sidney Lumet, 2007)), la banda sonora corre a cargo del gran Marco Beltrami y en el reparto encontramos nombres tan ilustres como los de John Hurt, Ed Harris, Jamie Bell o Chris Evans, por lo que es bastante evidente que las pretensiones de la cinta, no son moco de pavo precisamente, si bien es cierto que la última sensación que uno tiene finalizado el visionado, es la de haber visto una gran superproducción, pues en este sentido, “Snowpiercer” se aleja bastante de lo que fuera “The Host”.
No hacen falta excesivos minutos de metraje para darse cuenta de que detrás del marco post-apocaliptico, lo que propone “Snowpiercer”, no es otra cosa que una dura crítica al clasismo. Éste, está representado de forma muy gráfica en el interior del tren, en el cual, los estratos más bajos de la sociedad, viven apelotonados y en condiciones infrahumanas en la cola del vehículo, mientras que los ricos, viven como reyes en la cabeza. La fábula se inicia cuando los viajeros de la cola, deciden revelarse y avanzar hacia una vida mejor en una clara metáfora sobre el capitalismo.
El relato transcurre a medio camino entre el thriller y el cine de acción, todo ello dentro de una estética que evoca a cientos de reminiscencias clásicas dentro del género de la ciencia ficción y el cine apocaliptico, la más evidente quizás, “Mad Max”, en todo lo que refiere al vestuario y a determinadas secciones del tren, muy al estilo de lo visto en “Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno” (“Mad Max Beyond Thunderdome”, George Miller/George Ogilvie, 1985), si bien a nivel narrativo y de construcción de personajes, también podemos encontrar claras referencias a obras como “Delicatessen” (“Delicatessen”, Marc Caro, Jean-Pierre Jeunet, 1991) e incluso a “Gangs of New York” (“Gangs of New York”, Martin Scorsese”, 2002), título al que Bong rinde particular homenaje en una de las secuencias más impactantes del film.
Con una estupenda puesta en escena, una premisa argumental de lo más interesante y un elenco de actores de primer nivel, encabezados por un sólido Chris Evans que continua luchando por los más desfavorecidos, aunque en esta ocasión, sin la máscara azul y las barras y estrellas, las vías del tren sobre las que transita “Snowpiercer”, solo podían llevarnos al mejor de los destinos, pero en todo viaje, hay baches, y el que nos propone Bong, no es una excepción. El más palpable seguramente, su excesiva duración, mal endémico habitual del cine asiático que aquí se hace patente transcurrida la primera hora de metraje, después de la cual, tanto historia como narración se estancan y pierden la fuerza y la frescura que ha caracterizado a la obra hasta ese instante, traduciéndose en una espectacular caída de ritmo de la cual, no se recuperará ya hasta su, eso si, sorprendente tramo final, en el cual un interesante volantazo final, consigue rescatarnos del tedio en el que nos ha sumido el divagante libreto precedente.
Dicho giro final, pese a dejar alguna que otra puntada sin hilo, es en si mismo y a nivel conceptual, totalmente satisfactorio, así como la certeza de que “Snowpiercer” es algo más que una crítica social envuelta en un preciosista ejercicio de violencia gráfica. Eso si, el espectador tendrá que aprender a lidiar con el extravagante sentido del humor negro que le acompañará a lo largo de todo el trayecto, encarnado en toda una galería de grotescos personajes (atención a la punta que consiguen sacarle a sus ídems gente como Kang-ho Song o una histriónica Tilda Swinton) que no darán tregua hasta el último minuto de metraje.
Pese a sus altibajos, “Snowpierce” se presenta como una de las propuestas más interesantes y personales de lo que llevamos de año cinematográfico. Muy recomendable.
Lo mejor: Su puesta en escena, en especial, la fotografía. La efectiva simbiosis entre la decadencia propia del relato y su ácido sentido del humor y la genialidad del guión en determinados pasajes.
Lo peor: La decepcionante caída de ritmo de su segunda mitad.