Uno de los más apasionantes y arduos debates filosóficos y matemáticos desde los albores del conocimiento es el de la identidad, o si se quiere, del Principio de Identidad (que junto a los Principios de No Contradicción y Tercero Excluido, forman la tripleta básica del pensamiento lógico clásico). Pero al apasionante debate científico-racional, que en los últimos siglos se ha enriquecido con componentes psicológicos y sociológicos, habría además que sumarle la ingente producción artística (pictórica, musical, teatral, literaria y cinematográfica) que sobre el significado de ser uno mismo o la posibilidad de llegar a serlo, se han realizado.
El mundo del cine ha abordado el tema de la identidad, la duplicidad o el significado del Yo, desde muy diversas ópticas y con resultados muy dispares. Destacando, en mi opinión, fundamentalmente dos enfoques. El primero, la comedia y el segundo sería el thriller. Entre las primeras tendríamos estupendas muestras con: Ser o No Ser de Ernst Lubitsch, Victor o Victoria de Blake Edwards, Mis dobles, mi mujer y yo de Harold Ramis o Melinda y Melinda de Woody Allen. Entre las películas que se decantan por el thriller psicológico podemos destacar las magníficas: Inseparables de David Cronenberg, Enemy de Denis Villeneuve, Carretera Perdida de David Lynch, Cisne Negro de Darren Aronofsky o El Club de la Lucha de David Fincher.
La película que nos toca, como se habrá vislumbrado, se encuadra dentro de este intrincado laberinto de lo complejo que supone ser uno mismo, o lo que es más perturbador: ¿Qué riesgos conlleva ser quien realmente se desea?
The Double cuenta la historia de Simon James (Jesse Eisenberg), un anodino y melancólico trabajador hastiado de su rutinaria existencia, la cual se reduce a su aburrido e incomprensible trabajo y al cuidado de su protectora y enferma madre. Si no arroja la toalla de este gris devenir es por el amor oculto (desde su ventana la observa todos los días) que profesa hacia su compañera de trabajo y vecina, Hannah (Mia Wasikowska). Pero todo su mísero mundo se tambaleará hasta deshacerse en pedazos cuando un nuevo compañero, James Simon, llega a la empresa. Un simpático, carismático y arrollador tipo que encandila a todo el mundo y que posee una cualidad única… es idéntico a él.
El director y guionista Richard Ayoade, famoso por protagonizar la serie cómica televisiva: The IT Crowd (Los informáticos), y cuyo primer largometraje tras las cámaras, Submarine, fue bastante bien recibido por la crítica, se atreve, en esta su segunda incursión como director, con la adaptación a la pantalla grande de la novela de Fiodor M. Dostoyevski, El Doble.
No cabe duda que Ayoade tiene buen ojo para la composición visual y la narrativa, y apoyado en una estupenda fotografía, una puesta en escena decididamente teatral y en un montaje muy dinámico dota al film de un ritmo frenético y un halo de irrealidad bastante interesante. Además, se permite algunos diálogos y gags muy ingeniosos, aunque en ocasiones bordean lo esperpéntico (o excesivamente ridículo). Por desgracia, no es una voz fresca y original, sino que se muestra enormemente conocedora y deudora de la obra de Terry Gilliam, en concreto de la estupenda, y siempre recomendable, Brazil.
Para intentar llevar a buen puerto esta delirante y tragicómica historia de un tipo que no es más que otro ladrillo en el muro (como dirían mis adorados Pink Floyd), Ayoade, se apoya en un dúo protagonista, Eisenberg y Wasikowska, que están formidables, y un grupo de secundarios de lujo (Wallace Shawn, James Fox, Cathy Moriarty, Noah Taylor y Yasmin Paige, entre otros) que los arropan admirablemente.
Jesse Eisenberg se desdobla de forma asombrosa sin necesidad de histrionismos desmedidos, ofreciéndonos su mejor interpretación hasta la fecha. Destacando más en su faceta grisácea, angustiosa y esquizoide de Simon James que la del altivo, dicharachero y canalla James Simon. Por su parte, la siempre cautivadora Mia Wasikowska (llamadme loco, pero cada vez esta mujer me recuerda más a la divina Garbo) se erige en deseo magnético e inalcanzable tanto de Simon James como de todos nosotros, que nos vemos subyugados por el aura misterioso (y me atrevería a decir: erótico) que imprime a cada uno de sus personajes. ¡Su idilio y fotogenia con la cámara es más que evidente!
Con todo lo mencionado, muchos se estarán frotando las manos ante lo que parece uno de los grandes títulos de la temporada, y si bien es cierto que es una cinta interesante, entretenida y con algún instante deslumbrante, no estamos ante la cinta fabulosa que a priori apuntaba. El principal hándicap del film es que no aprovechan las magníficas oportunidades que brinda la obra de Dostoyevski para hablar de la alienación de las personas por la maquinaria económica y social (hoy día por un capitalismo salvaje y amoral, en lugar de un decrépito sistema funcionarial zarista burocratizado hasta el infinito y una clase alta alejada de la realidad). El trasfondo del texto original sobre la imposibilidad de ser uno mismo y la angustia y locura que en las personas se induce como consecuencia de la opresión, monotonía y homogeneidad que se imponen en un sistema social que reprime todo aquello que se sale de lo pautado, queda en segundo plano en pos de extravagancias y delirios impostados que restan fuerza al conjunto, a base de situaciones lumínicas y surrealistas tanto a nivel visual como argumental que parecen buscar más la comicidad y la sorpresa que la denuncia y los peligros del abismo personal.
Es indudable que The Double posee admirables virtudes (interpretaciones fabulosas, ritmo endiablado y una historia con múltiples posibilidades e interpretaciones) y resulta un producto sugerente y ameno cuyo visionado merece la pena (de hecho, estoy convencido que muchos estarán encantados con el resultado), pero se queda en la superficialidad y no hinca los dientes en la yugular de los males del capitalismo y las devastadoras consecuencias que provoca en sus ciudadanos. Al señor Ayoade, que va sobrado de capacidad (y paranoia) visual, golpes de efecto y frikismo (en el buen sentido), le ha faltado mala hostia, valentía, e incluso algo de pedantería a la hora de abordar una obra tan demoledora como la del novelista ruso, que pedía a gritos una crítica social mucho más contundente, oscura y perturbadora, que la autoconsciente excentricidad que ha imprimido a su película.