MAIK LINGOTAZO NOS HABLA SOBRE ESTE THRILLER SOBRE RUEDAS PROTAGONIZADO POR EL OSCARIZADO RUSSELL CROWE
Reza el lema del póster promocional que “él puede pasarle a cualquiera”. No sé de qué droga hablan, pero debe ser buena. Si no, no se explica
semejante oda al exceso ni que pase como un tiro, volando. No en vano, “Unhinged” (2020) no tarda en poner un pie en polvorosa y el otro sobre el acelerador para luego pisarlo como si el frenesí fuera un combustible fósil en sus estertores que hubiera que quemar con el fin de hacer de los últimos 80 minutos que nos queden
un viaje tan digerible como endiablado. Y del todo intenso también. Y menos mal, porque es esa composición la que permite que las incongruencias sean, como coloquialmente se suele decir, 'palomita'. O sea, ésas a las que se les hace la vista gorda. Que no cuentan, vaya. Y mira que las tiene.
“en la silla de dirección tenemos al alemán Derrick Borte, quien tras poco más de una década de experiencia, nos brinda un producto harto efectista, sobre todo y ante todo disfrutable si pasas por alto ciertos semáforos en rojo”
Hablando de palomitas, fue esta película la que abrió los cines de los yueséi -excepto en Nueva York y Los Angeles- tras el cierre decretado debido a la emergencia sanitaria. Rondaba el 21 de agosto del pasado año, y la encargada de la producción, Solstice Studios, en sintonía con su afán y empeño por ponderar la experiencia frente a la pantalla grande, se aprestó a ofrecer este
híbrido entre road movie y juego del gato y el ratón (“Correcaminos” para los amigos) a todos esos incondicionales de la taquilla y la butaca, tan ávidos de lanzarse de nuevo a sus brazos después de haberse comido durante varios meses un cuasi monacal ayuno del formato.
Locateras, tarao, colgueti, majara, grillao, pilluli, chalado... Sí, vale. Entiendo que ninguna de estas opciones puedan ser válidas ante los rigores de la mercadotecnia por los que se rige la industria del cine tirando a mainstream. Anda que si dependiera de mí... Igual hasta le endosaba un 'vesánico' pedante y majo, ahí luciendo rutilante en los carteles, y me quedaba tan a gusto, eh. Toma título, di que sí. Pero en fin, ya sé que no caerá esa breva. Me da que dicho cometido excede con mucho el alcance de mis aspiraciones. No sé, para mí que se trata de un cargo ostentado de manera unipersonal y plenipotenciaria, y el tío que saborea las mieles de semejante desempeño es un suertudo de categoría magna. Ahí, apostado desde su atalaya privilegiada, sabedor de que los trasvases a nuestro idioma cervantino de esos títulos que nos brindan las
majors reposan sobre su única y exclusiva responsabilidad. La de su arbitrario antojo, cuando no de su capricho, incluso. ¿Quién puede preciarse de tener semejante curro, eh? Porque no nos hagamos los longuis, ahora. Que quien más quien menos lo hemos mentado alguna vez. Todos hablan de él, pero eso sí, como suele suceder en estos casos, nadie lo ha visto. ¿No es fascinante?
Sí, ya sé que seguro que la vaina con los títulos se decide de manera más consensuada entre productoras, distribuidoras, traductores, etc. De hecho, me da que de la ecuación se ventilan la tercera variable las más de las veces. Pero mola mucho más como yo lo he pintado. Es una teoría que ahí la dejo. Porque, a decir verdad, en nuestro fuero interno todos querríamos que fuera así. Aunque sólo sea para poder departir con el susodicho un rato. Yo qué sé, acaso acerca de la conveniencia, por ejemplo, de estrenar la película a este lado del charco con
un nombre tan genérico y ramplón como “Salvaje”. ¿En serio? Sí, da algo de pistas. Nos sugiere escenarios hostiles tal vez, cierto desasosiego en el discurrir de su metraje, seguramente. Pero ya os digo yo que se queda corto. Lo desbocado de la lección que nuestro villano de marras pretende endosarle a la estresada madre que hará las veces de prota en apuros adquiere unas proporciones casi tan superlativas como el pantagruélico kebab que servidor se figuraba ahí bien acomodado, echando raíces y reproduciéndose en los adentros de Russell Crowe. Y es que, a tenor -nunca mejor dicho, ¡ja!- de los lamparones y la mueca dislocada que gasta durante cerca de una hora, para mí que se lo pidió con bien de todo y más, en formato extra, ¡claro es! Y, cómo no, sin reparar en el hecho de que entre trazas diversas y tropezones varios debió colarse un escurridizo chip prodigioso comandado a buen seguro no por Dennis Quaid, sino por alguien, o algo, más cercano a André el Gigante. Apostaría a que sí.
Pero no vayáis a pensar que dichas condiciones geográficas... o físicas -vale, ok... por no exagerar- serán óbice a la hora de que nuestro 'hombre' se las ingenie para deslizarse con inusitada agilidad, siempre que la situación se lo exija (lo cual acontecerá en más de una y de dos ocasiones), como queriéndonos recordar a aquel tipo que sorprendió a propios y extraños hace un par de décadas cuando el mundo descubrió al gladiador que a duras penas se escondía tras lo escaso de su indumentaria péplum. Es un decir. Pero no, en serio, aquí las espadas seguirán en todo lo alto, que ya es algo. Juro que había escenas en que retozaba en humedales tan sólo imaginándome de repente, ahí al cambio de plano y cual aparición estelar, a un Luis Moya hiperventilado en el asiento de copiloto diciéndole desencajado al Crowe algo así como “¡¡¡Frrreeeennnaaaadddaaaaaaaaaa laaaarrrgggaaaaaa!!!”. Unas risas. Seguro. De vuelta a la realidad del celuloide, me tuve que conformar con
el Russell “tratando de arrancar” cabezas de sus cuerpos y coches de sus carriles. Lo cual no es poco, oye.
“un más que resultón homenaje a la hilaridad gracias al surtido de fallos de rácord que nos brinda, amén de algún que otro inverosímil y descacharrante atentado a la lógica”
Así que nada, hétenos aquí tras el duelo entablado a la carrera entre perseguidor y perseguida y que nos deparará, además de bien de regueros de hemoglobina colateral,
un más que resultón homenaje a la hilaridad gracias al surtido de fallos de rácord que nos brinda, amén de algún que otro inverosímil y descacharrante atentado a la lógica más aplastante. Como la plastilina, sí. La misma de la que se diría que están hechos algunos utilitarios al paso del típico camión que te arrolla apareciendo de la nada más absoluta.
El que fuera miembro del reparto que integraba el musical “Grease” a mediados de los 80, y que poco más tarde encarnara durante un par de años los roles del Dr. Frank N. Furter, Eddie o el Dr. Scott a lo largo de casi 500 representaciones de la producción
“The Rocky Horror Picture Show”, se pone al volante de un bólido mastodóntico para epatarnos con unas maniobras e infracciones que parecen beber con desmesura de la mismísima fuente que surtiría a unos autos locos si, para más inri y deleite del respetable, estuvieran éstos pilotados por el Rutger Hauer de “Carretera al infierno” (1986) y por el Michael Douglas de “Un día de furia” (1991). Sea lo que sea que componga ese líquido brebaje, fijo que revienta la máquina al soplar en un control. Claro está, siempre y cuando haya alguno apostado por alguna de esas rotondas de Dios. Que ésa es otra, porque aquí la policía no asoma ni p'atrás, oiga. Vamos, que de tanto no estar, llego un punto en que ya ni se la espera. Y para cuando decide sorprendernos haciendo acto, a lo sumo de presencia, porque de servicio más bien poco, va y lo hace de riguroso solitario. Me parece que el oficial en cuestión no acabó de entender del todo bien a qué se referían con lo de “¡a todas las unidades!”.
Por la otra parte tenemos a Caren Pastorius, quien tras criarse en Sudáfrica se mudó ya de adolescente a Nueva Zelanda, donde empezaría a labrarse su futuro como actriz, apareciendo en producciones tales como la australiana
“Cargo” (2017). Aquí se pone en la piel de Rachel, una atribulada compi de su hijo y a la vez compañera de piso de su hermano pequeño y la novia de éste, a quienes alquila un cacho de la casa. Vamos, que su matrimonio hizo aguas, y su vida no tiene pinta de que esté recobrando el vuelo. Anda en fregados a cuenta del divorcio, y las legañas hablan por ella cuando el crío la interpela por las mañanas. Y es que ojo peligro con el chaval, eh. Qué maravilla de saber estar, qué dechado de responsabilidad. La voz de la conciencia se queda afónica ante cada una sus elocuentes intervenciones. Eso sí, se sale un poco de contexto que en plena persecución, y cuando es arrancado de las seguras fauces de su colegio, al crío sólo le de por acordarse, en actitud andresina para los restos, de su puto helado de mierda. Ni que fuera a conseguir la... ¡¡¡POLE position!!! Uuufff, vale vale, voy acabando, pero guionistas, si es que os pasáis un rato largo, eh... Con todo, el Gabriel Bateman se lo curra haciendo de Kyle. Que haber salido ya a tan corta edad en cosas como, entre otras,
“Nunca apagues la luz” (2017) o
“Muñeco diabólico” (2019), pues algo de bagaje tiene que dar.
“el montaje nos asegura poco menos de hora y media de desacomplejada a la par que canónica estructura, donde además la tensión no decae ni siquiera en las paradas para repostar”
Sentado en la silla de dirección tenemos al alemán Derrick Borte, quien tras poco más de una década de experiencia, y títulos como “London Town” (2016) y “American Dreamer” (2018), nos brinda un producto harto efectista, sobre todo y ante todo disfrutable si pasas por alto ciertos semáforos en rojo, pues lo que está claro es que el libreto de Carl Ellsworth no pasará a la historia y que algunas decisiones narrativas sólo pueden tenerse en consideración en tanto que mal muy menor de tan abultadas que son. Mira que la empecé a ver con cierto recelo, y los primeros compases no hicieron más que reafirmarme en dicho prejuicio.
La entrada en escena del Russell Crowe se me antojó definitiva para mandar por el sumidero la hora que me aguardaba por delante. Pero mira tú por dónde que así a lo tonto me fue cautivando el devenir de la trama, por más sonrojante que ésta fuera. Una mezcla de mandibuleo batiente y rictus ojiplático se apoderó de mí hasta el final. Y es que el montaje nos asegura poco menos de hora y media de desacomplejada a la par que canónica estructura, donde además la tensión no decae ni siquiera en las paradas para “repostar”. De hecho, es ahí donde se despliega y se desata. Estaciones de servicio donde poner caldo, y a caldo. Y si no quieres, te vas a la cafetería, a que te sirvan tan sólo una taza. Pero qué taza. Repito, ¡pero qué pedazo de taza! Vale por el resto de cafeína que te puedas echar al gaznate en lo que te queda de vida. O a la cara.
Y todo por un maldito cruce... de cables, en una maldita intersección. ¡¡¡Ya ni con el verde estás a salvo!!! Si hasta entre Mel Gibson y Danni Glover se lo curraban mejor, con sus dimes y diretes acerca de los colores, que no coloretes -sí, amigos, momento coloretes, porque lo hay-. Puede que entre ellos saltaran chispas, pero no sé, tendían puentes, conectaban de otra manera. Y no cargaban semejante “arma letal” por un tocar lo que no suena a golpe de claxon. Aunque claro, que para mí que igual ya venía cargado de serie el hombre. Insisto, de nuevo, el hombre...
El epílogo del filme nos lo dejará claro, así como también el preámbulo. Tras él, y a modo de introducción crediticia, una serie de imágenes que avalan el trajinar cotidiano en la jungla de asfalto y que nos mastica en formato video-clipero, con hilo de centralita y noticiario, lo imprevisible de la vida. Y lo inexcusable de la muerte. Sobre todo si es al volante. El futuro ya está aquí, y no son los coches los que vuelan.